Este disfraz que llevo en la fotografía es uno de los que más satisfacciones me ha dado. Fue un año en que salí solo al Carnaval. Nada raro, por cierto, pues casi nunca me he podido resistir a disfrazarme, aunque no contara con compañía. Otra vez que me divertí mucho saliendo solo fue cuando me disfracé de Groucho Marx. Me lo pasé pipa. Había quedado con una amiga para salir y no se presentó en el pub Lord Byron, donde habíamos quedado. Me empleé toda la tarde y noche del Domingo de Piñata imitando al genial cómico, andando algo inclinado hacia adelante, dando grandes zancadas, recitando frases absurdas y con un puro en la boca, que encendí al salir, pero que tuve que apagar a la primera bajada por la calle Ancha, porque me iba a ahogar. La semana siguiente me la pasé con unas tremendas agujetas, por la falta de entrenamiento.
De mimo he salido varias veces. Como llevo barba habitualmente, el hecho de afeitarme ayuda a que no me reconozcan a primera vista. Así que me ha servido para olvidar la timidez e imitar a los viandantes, repetir las tradicionales posturas, los gestos y movimientos de la mímica, confraternizar de forma espontánea con personas que no conocía, sin decir ni media palabra, sentarme en la mesa de los clientes de algún bar, haciendo como que consumía con ellos, seguir con mis movimientos el trabajo de un vendedor de chucherías, jugar con los niños que paseaban con sus padres en el bullicio carnavalero, muchas piruetas y mojigangas...de todo lo que un actor mudo es capaz de hacer. El mimo ha sido uno de mis disfraces preferidos y bien fácil de componer: un traje viejo, una peluca, una gorra y maquillaje. Y ganas de pasarlo bien. Hoy, ya que sigue el carnaval y no puedo disfrazarme, lo traigo como recuerdo y le rindo homenaje.
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