Hoy en el debate de investidura de Zapatero el presidente (interino) del PP, Mariano Rajoy, ha desarrollado unas intervenciones que hacían pensar que éste se sentía como en el tercer debate de la campaña electoral pasada. No ha cambiado nada de su discurso de entonces. El domingo, mi secretario general, analizando los resultados electorales, hizo referencia a lo que llamamos la “dulce derrota” de 1996. La sensación de que no había pasado nada duró hasta que Aznar se sentó en el banco azul. Entonces, con la correspondiente salida del Gobierno (de ministros y otros cargos) entendimos que habíamos perdido el poder.
El poder, en un régimen liberal (de verdad, no el de Pío Moa y sus amiguetes) está dividido, los tres poderes clásicos, y se limitan unos a otros para controlarse. Si ese régimen, como el nuestro, es además, democrático, esos poderes emanan del pueblo y esa limitación es en beneficio de la ciudadanía. Y cuando se ostenta (no detenta) el poder, éste siempre se comparte entre los individuos que forman el partido que goza del beneplácito popular, y con los ciudadanos. Esto hace que los partidos vivan una extraordinaria placidez interna, por lo general, cuando se gobierna. Luego, cuando no, las diferencias entre individuos y grupos internos salen a la luz.
Cuando perdimos en 1996 se produjo el combate entre candidatos a dirigir el partido, y alguien, ingenuamente, creyó que esto se dirimiría con el procedimiento de las “elecciones primarias”. Éstas las ganó Borrell, pero no resistió el acoso del sector “oficialista” y, tras estrellarse varias veces con Aznar, renunció dejando en su lugar a Almunia. Su candidatura fracasó en las elecciones de 2000 (el PP ganó con mayoría absoluta), gracias a la labor (hábil y eficaz) del gobierno popular y a los errores propios (la división interna agudizada y los pactos con IU). Almunia dimitió y el partido eligió, en un reñido congreso, a José Luis Rodríguez Zapatero, como secretario general, desechando a José Bono, Rosa Díez y Matilde Fernández.
Zapatero se presentó en 2004 y ganó de forma inesperada las elecciones. El PP, desde entonces, al considerar esa derrota un “error histórico causado por factores externos”, ha intentado convencernos de que el periodo de gobierno de Zapatero era un paréntesis en su ejercicio del poder. Pero volvió a perder las elecciones del 9 de marzo. La, llamemos, “derrota dulce” del PP (o mejor dicho, sus efectos prorrogados cuatro años) se había acabado. Y como ya no tienen poder “que repartir” salen a la luz sus problemas internos. Esperanza Aguirre ya hizo su chantaje a Rajoy para eliminar candidatos que estorbaran en sus posteriores “primarias”, y se cargó a Gallardón. Y ahora amenaza con presentarse al congreso, si ve que puede convertirse en la ZP del PP, tras la derrota (esta vez inapelable) de Rajoy. Y pueden salir más díscolos.
Por eso creo que Rajoy ha estado hoy “anclado” en su discurso de campaña, esa misma que dirigieron sus (presuntos) enemigos, los amigos de la extrema derecha encabezada por Aguirre. Queriendo parecerse a ellos, quiere “amansarlos”, a pesar de la escabechina realizada al colocar “su equipo” en primera línea del partido y el grupo parlamentario.
Veremos si puede resistir mucho, pues, repito, no hay nada que repartir, y sí mucha ambición por ser el “verdadero sucesor de Aznar”.
Zapatero lo tiene más fácil, tiene el poder, y ya está dando muestras de querer repartirlo, por ejemplo, colocando a su anterior y principal adversario (Bono) al frente de la “tercera magistratura del Estado”, tras el Rey y el Presidente del Gobierno.
Algunas veces piensa uno que ha vivido ya algunas cosas que pasan, algo que se conoce como deja vu. Eso es lo que en estos días (y lo ocurrido hoy lo confirma) tengo la sensación de estar viviendo....Cosas de la experiencia.
El poder, en un régimen liberal (de verdad, no el de Pío Moa y sus amiguetes) está dividido, los tres poderes clásicos, y se limitan unos a otros para controlarse. Si ese régimen, como el nuestro, es además, democrático, esos poderes emanan del pueblo y esa limitación es en beneficio de la ciudadanía. Y cuando se ostenta (no detenta) el poder, éste siempre se comparte entre los individuos que forman el partido que goza del beneplácito popular, y con los ciudadanos. Esto hace que los partidos vivan una extraordinaria placidez interna, por lo general, cuando se gobierna. Luego, cuando no, las diferencias entre individuos y grupos internos salen a la luz.
Cuando perdimos en 1996 se produjo el combate entre candidatos a dirigir el partido, y alguien, ingenuamente, creyó que esto se dirimiría con el procedimiento de las “elecciones primarias”. Éstas las ganó Borrell, pero no resistió el acoso del sector “oficialista” y, tras estrellarse varias veces con Aznar, renunció dejando en su lugar a Almunia. Su candidatura fracasó en las elecciones de 2000 (el PP ganó con mayoría absoluta), gracias a la labor (hábil y eficaz) del gobierno popular y a los errores propios (la división interna agudizada y los pactos con IU). Almunia dimitió y el partido eligió, en un reñido congreso, a José Luis Rodríguez Zapatero, como secretario general, desechando a José Bono, Rosa Díez y Matilde Fernández.
Zapatero se presentó en 2004 y ganó de forma inesperada las elecciones. El PP, desde entonces, al considerar esa derrota un “error histórico causado por factores externos”, ha intentado convencernos de que el periodo de gobierno de Zapatero era un paréntesis en su ejercicio del poder. Pero volvió a perder las elecciones del 9 de marzo. La, llamemos, “derrota dulce” del PP (o mejor dicho, sus efectos prorrogados cuatro años) se había acabado. Y como ya no tienen poder “que repartir” salen a la luz sus problemas internos. Esperanza Aguirre ya hizo su chantaje a Rajoy para eliminar candidatos que estorbaran en sus posteriores “primarias”, y se cargó a Gallardón. Y ahora amenaza con presentarse al congreso, si ve que puede convertirse en la ZP del PP, tras la derrota (esta vez inapelable) de Rajoy. Y pueden salir más díscolos.
Por eso creo que Rajoy ha estado hoy “anclado” en su discurso de campaña, esa misma que dirigieron sus (presuntos) enemigos, los amigos de la extrema derecha encabezada por Aguirre. Queriendo parecerse a ellos, quiere “amansarlos”, a pesar de la escabechina realizada al colocar “su equipo” en primera línea del partido y el grupo parlamentario.
Veremos si puede resistir mucho, pues, repito, no hay nada que repartir, y sí mucha ambición por ser el “verdadero sucesor de Aznar”.
Zapatero lo tiene más fácil, tiene el poder, y ya está dando muestras de querer repartirlo, por ejemplo, colocando a su anterior y principal adversario (Bono) al frente de la “tercera magistratura del Estado”, tras el Rey y el Presidente del Gobierno.
Algunas veces piensa uno que ha vivido ya algunas cosas que pasan, algo que se conoce como deja vu. Eso es lo que en estos días (y lo ocurrido hoy lo confirma) tengo la sensación de estar viviendo....Cosas de la experiencia.
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