viernes, 5 de febrero de 2010

El potaje

Menudo lío de cosas tengo encima de la mesa, en casa y en el trabajo. Es costumbre de un servidor amontonar libros, revistas, carpetas, llaves, bolígrafos, calculadora, sobres, publicidad, blocs, lápices, libretas, fotografías, múltiples objetos y herramientas. A menudo tengo que “hacer limpieza” para poder encontrar algo. Algunas veces, cuando ordeno los habitantes involuntarios de mis mesas de trabajo, encuentro algunas cosas que son como hallazgos arqueológicos que maravillan a su descubridor. Menudo potaje.

Y eso es lo que me pasa hoy, que se mezclan objetos y obligaciones, tanto en casa como en mis quehaceres profesionales, hasta viajando. Como un gran potaje de diferentes ingredientes. No es para menos. Hasta la conciliación de la vida familiar y laboral es una exigencia para un hombre. Un hombre acostumbrado a las labores domésticas desde hace años, cuando vivía solo. Y que continúo ejerciendo también en la actualidad, tras el cambio de estado civil.

Volver del viaje fue el preludio de la recogida de la colada, ya seca, en la azotea. E inmediatamente, antes de repasar el correo y el estado de la red, a disponer el almuerzo de mañana. ¿Qué mejor en este estado que preparar un potaje?. Un guiso al estilo que aprendí en mi casa.

Ingredientes:

Garbanzos (según número de comensales)
Espinacas (un manojito)
Un tomate
Pimientos verdes y rojos 
Zanahoria
Cebolla (media)
Ajo (dos dientes)
Sal 
Pimienta
Laurel
Pimentón dulce
Pimentón picante
Tocino
Morcilla
Chorizo
Aceite de oliva virgen extra.

Preparación:

Se echan a remojar los garbanzos el día anterior. Luego, en una olla, a ser posible de barro o perola grande de metal (yo lo hago en una olla francesa de hierro que compramos en Ikea) hacemos primero un sofrito con las verduras. Picamos la cebolla y la echamos a la olla sobre el aceite, con un poco de sal para que vaya pochando. Luego añadimos los dientes de ajo, los pimientos (verde y rojo) cortados a trocitos, la hoja de laurel, la zanahoria cortada a rodajas, la pimienta, las espinacas lavadas y cortadas, y el compango (como dicen los asturianos), aunque no sea el original de carnes ahumadas, sino nuestro  tocino, morcilla y chorizo, comprados a nuestro carnicero de confianza. Añadimos al final el tomate pelado y cortado a trozos pequeños (o rallado, mejor). Por último le damos el toque final de los pimentones, mezclando a gusto del chef (o comensales, o ambos). Y terminamos añadiendo los garbanzos, con agua hasta cubrirlos, poniéndolos a hervir. Hecho esto, se baja el fuego y se tapa la olla para que se vaya cocinando a fuego lento, hasta que ablanden los garbanzos, rectificando de sal si es necesario. Algunas veces también le echo espárragos verdes, si no tengo espinacas o acelgas a mano. Tras hora y media o dos horas de cocción al “chup chup” (en olla exprés se tarda mucho menos, pero no es igual) se deja reposar. Como son horas vespertinas cuando estoy escribiendo esto, el guiso nos lo comeremos mañana. Siempre se ha dicho que el potaje está mejor de un día para otro. Una verdad como un templo, si señor. 

Este es mi estilo. Porque potajes hay muchos y de muchas procedencias. Algunos son solo de verduras, otros, como el que os muestro, con algo de carne, para hacer caldo, y que se “pegue al riñón” (como dice un amigo mío). Que no solo es comida para Cuaresma, como lo consideran algunos. Otros, como los que hemos comido en algunas fiestas campestres, con enorme abundancia de “frutos del cerdo”: chorizo, morcilla, tocino, jeta (careta), callos, manitas, oreja, lengua...Vamos una bomba de colesterol a punto de estallar. O una fiesta para los sentidos, según se mire. 

Es el potaje plato que se admite en todo momento, menos cuando la calor nos recomienda digestiones menos trabajosas. Así que, sobre todo, ahora en invierno, y acompañado de un buen vaso de vino tinto, se lo recomiendo. Un verdadero placer. Atrévanse y que lo disfruten.


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