Me han regalado un auto-navegador para el coche. Un aparato de esos que funciona con un GPS y te sirve para orientarte y viajar por la ruta que te planifica hasta llegar a tu destino. La gente lo conoce habitualmente por una marca comercial, que no voy a reproducir para no hacerle publicidad gratuita, pero que suena a tambor africano y a bobo de grandes dimensiones. Lo probamos pronto en un viaje a Málaga, un trayecto conocido y recorrido en bastantes ocasiones. Conducía yo, por lo que mi señora se dedicó a configurarlo y a seguir la ruta.
Dicen que estos artilugios son muy útiles. No lo dudo. Lo que sí tengo también claro es que antes de ponerse en marcha hay que entenderlo bien. Lo primero que nos pasó fue que empezó a dirigirnos en idioma catalán. Una señora muy amable nos indicaba que giráramos a la derecha en la siguiente salida, por ejemplo, pero en la lengua que usa actualmente mi paisano (por cordobés) el “honorable president” de la Generalitat catalana, el señor Montilla (otro nombre muy de esta tierra). Mi señora consiguió cambiar de idioma y otra señora, también muy educada, ahora nos indica sus consejos por el altavoz ya en la lengua de Cervantes.
Como otros pasos previos ya los habíamos cumplimentado: horario, dirección de nuestro domicilio, tipo de mapa por donde desplazarse, etc. Lo que quedaba era incluir el destino. Te recomiendan que antes de salir planifiques la ruta, pero si no lo has hecho tienes dos opciones: ruta más rápida o ruta más corta. Aparentemente son parecidas, pero no, el aparatito puede llevarte por muy dispares recorridos hasta conseguir acercarte a tu destino final. Ya nos pasó en otro viaje, donde el navegador lo llevaba un familiar en otro vehículo, al que seguíamos. Por cierto, también a la capital de la Costa del Sol. No se me olvidará el intríngulis de caminos y carreteras secundarias (o terciarias, o lo que sea) por donde nos condujo el micro-ordenador de a bordo, que parecía más la ruta de un rallye de la cantidad de curvas, zonas terrizas, charcos y montículos que tuvimos que recorrer, eso sí, para hacer el trayecto más corto, para ir de Écija hasta llegar a Estepa, tierra de polvorones famosos. Ni que decir tiene que la vuelta la hicimos por ser noche, por supuesto, por un trayecto, aunque más largo, perfectamente conocido, hasta en los inconvenientes de la vía.
Pero sigamos con el estreno. Ya elegida la ruta (no recuerdo cual de las dos, la corta o la rápida), yo conducía por el camino habitual. Y empezaron las primeras discrepancias. El satélite mostró la ruta del viaje anterior de ida (el que incluía el rallye), pero yo seguí el anterior de vuelta. Me había salido de su itinerario, y eso enfada mucho, al parecer, a la señora que te sirve de guía. Cuando te sales de su plan, el “bichito” te indica que cambies, siempre educadamente, eso sí, pero con voz firme y decidida. “En la próxima salida, gire a la izquierda”, Así una y otra vez. Y si no le haces caso, insiste y te conmina a volverte atrás, a tu casa, para coger el camino correcto hasta que se convence de que no le vas a obedecer. Entonces vuelve a calcular nueva ruta. Vuelta a empezar. “Siga a la izquierda”, te ordena en la siguiente bifurcación, encrucijada o rotonda, si su mapa no coincide con tu mapa mental de carreteras, y tienes la tentación de desviarte para enfilar una dirección que tú conoces (parece que te lee el pensamiento).
Y cuando la tenacidad del humano puede con el automatismo de la máquina, te das cuenta que rápidamente se ha orientado y sigue tu dirección (si es correcta, claro) para llevarte disciplinadamente. Esto lo comprobé en otro viaje, donde conducía mi mujer y era yo el que me peleaba con la pantalla, pues al ser táctil, muchas veces, trasteando, cambiaba de menú o pantalla y me perdía entre las diversas opciones que presenta. Bueno, algunas veces eso pasaba porque hasta te puedes distraer cambiando, por ejemplo, el cursor que se desplaza por el mapa, y lo puedes sustituir por “cochecitos” de diversos modelos y colores, cosa que me recordó aquellos viejos videojuegos de carreras de autos, que poblaron los antiguos “billares” cuando las nuevas tecnologías penetraron en el ocio de mi juventud. También comprobé cómo los mapas hay que actualizarlos, pues fue divertido ver al coche de la pantalla cruzar terrenos “planos” que en realidad eran nuevos trayectos en obras por los que pasábamos, fuera de las vías que tiene el mapa. “Te estás saliendo de la carretera” le decía entonces en broma a mi mujer, para mosquearla.
Ya en la autovía, el aparato enmudeció, no hay pérdida. Cuando nos acercábamos a la salida a Málaga, en Antequera, fue cuando me recordó su existencia. Esta vez, como cuando hay que desviarse de carretera, indicó que había que coger la salida que se encontraba unos metros después. Curiosamente los paneles de la autovía señalaban lo mismo, pero con distancias diferentes: “A ochocientos metros, gire a la derecha”, cuando el panel indicaba quinientos, por ejemplo. Este desvío entronca con la casi reciente autovía Córdoba-Málaga y se unen en otra única vía rápida hasta la capital malagueña. Nunca he tenido problemas, ni antes, cuando la conexión con Córdoba era la de una carretera nacional, pues nosotros vamos en la autovía. Pero la llamada a desviarme de la “amable señora digital” me confundió, al advertirme en dos ocasiones de la “presunta distancia” que mediaba a la salida. Cuando me di cuenta, estaba ya incorporándome de nuevo a la autovía A 92, en dirección a Granada. Cabreo, sonrojo, mosqueo, bufidos varios hasta, tras recorrer varios kilómetros, encontrar una estación de servicio que me permitió el cambio de sentido.....Y encima el cachondeíto del aparatejo, que al comprobar que mi coche no iba por su mecánica ruta, volvió a ordenarme: “En la primera salida, gire a la izquierda”. ¡Toma ya!.
Una vez recuperada la calma y el camino correcto, el sistema de navegación nos dejó en paz. Aliviado pensé: “al menos hemos aprovechado para aligerar la vejiga urinaria, de paso, no hay mal que por bien no venga.” El tráfico por esta parte es siempre denso y eso me entretuvo en la conducción, hasta que en un determinado momento la “amable pero seria señora” volvió a dar sus órdenes: “En la próxima salida, gire a la izquierda”. ¿Cómo?, ¿salirnos?, dije confuso. Eso nos llevaría a alguno de los pueblos que salen al paso por los montes de Málaga. Mi mujer miró la pantalla y entonces se dio cuenta que el aparato nos quería devolver a nuestro domicilio. Seguramente, tocando alguna vez la pantalla le indicó el camino de vuelta. Era el colmo, ya cerca del destino y el ordenador, “ordenando” dar media vuelta.
Desde ese momento decidimos apagarlo. Era como la escena de la película de Stanley Kubrick “2001, una odisea del espacio”, cuando uno de los tripulantes de la nave espacial decide “matar” a HAL9000, el ordenador que controla la nave, que se vuelve loco y se enfrenta a los seres humanos que la habitan. Si seguíamos sus instrucciones nunca llegaríamos al fin de nuestro viaje. Y podríamos perdernos en un sinfín de idas y vueltas por las carreteras que recorren la Andalucía media. Aquí volvimos al viaje de costumbre.
El segundo periplo con el auto-navegador fue ya menos complicado, o al menos eso me pareció a mí, que no conducía y pude conocerlo en profundidad. Incluso llegué a comprender que algunas veces era mejor hacerle caso, de las vueltas que dimos por encontrar carreteras antes transitadas, que habitan en nuestra memoria, siempre frágil. Entonces sí comprobé que el regalo había sido una buena idea.
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