Ya conoceréis, por lo que se puede leer en mi blog, que una de mis aficiones es la cocina. Afición tardía, como pasa algunas veces en la vida, cuando descubres algo que te apasiona y te dices eso de “si lo hubiese probado antes...”. Recuerdo que de joven era bebedor de refrescos, primero, y de cerveza después. Y, como les pasa a muchos, con la edad descubrí el vino tinto, tan de moda en los últimos tiempos, y pensé lo mismo. Pero también, esta vez por necesidad, descubrí el placer de los fogones, placer cuando se tiene tiempo, materias primas y valentía suficiente para disfrutar (sobre todo las tardes de domingo, con el carrusel deportivo de fondo) creando platos, que poder paladear. Otra cosa es la necesaria tarea de preparar la comida, todos los días, cuestión que tiene poco o nada de placer, sobre todo cuando hay que preparar varios platos, según antojo, gustos o exigencias de salud de los comensales. Algunas recetas he publicado que han tenido hasta éxito de visitas, tanto sacadas de manuales de cocina, de la cocina tradicional o del recetario familiar, pero siempre con algún toque personal, hasta divertido.
No obstante, mi primera experiencia con cazuelas, delantales y otros artículos de menaje se remite a tiempos anteriores. Hace poco redescubrí estas fotografías. Son de una fiesta de fin de curso, cuando era párvulo, en un colegio de monjas, el Colegio de la Inmaculada (el único colegio religioso donde he estudiado). Representamos un teatrillo vestidos de cocineros. Yo soy el que sostiene la olla sobre la trébede, a la izquierda, y con un soplillo de palma o esparto (tan útiles entonces en las cocinas de leña o en los braseros) en la otra mano. Mi hermano Roberto es el de la derecha (el que coge la olla con sus dos manos) y, entre los dos, un compañero intenta sustentar una paleta para mover el contenido de la olla, una especie de chocolate que nadie se atrevió a tocar. Nos lo pasamos muy bien con nuestros gorros de cocinero y demás utensilios, y cuando terminamos pensé que quería ser cocinero de mayor (como cuando nos reíamos preparando los disfraces). Sueños de niño que pronto se arrinconarían. O no... Aunque ahora los sueños, el sueño, venga después de una opulenta comilona, con la satisfacción de haber preparado una buena colación para los convidados.
No obstante, mi primera experiencia con cazuelas, delantales y otros artículos de menaje se remite a tiempos anteriores. Hace poco redescubrí estas fotografías. Son de una fiesta de fin de curso, cuando era párvulo, en un colegio de monjas, el Colegio de la Inmaculada (el único colegio religioso donde he estudiado). Representamos un teatrillo vestidos de cocineros. Yo soy el que sostiene la olla sobre la trébede, a la izquierda, y con un soplillo de palma o esparto (tan útiles entonces en las cocinas de leña o en los braseros) en la otra mano. Mi hermano Roberto es el de la derecha (el que coge la olla con sus dos manos) y, entre los dos, un compañero intenta sustentar una paleta para mover el contenido de la olla, una especie de chocolate que nadie se atrevió a tocar. Nos lo pasamos muy bien con nuestros gorros de cocinero y demás utensilios, y cuando terminamos pensé que quería ser cocinero de mayor (como cuando nos reíamos preparando los disfraces). Sueños de niño que pronto se arrinconarían. O no... Aunque ahora los sueños, el sueño, venga después de una opulenta comilona, con la satisfacción de haber preparado una buena colación para los convidados.
2 comentarios:
Saludos a todos:
En la foto de los tres, el del centro es Antonio Flores Tirado.
No se si ocultas el nombre por la Ley O.P.D. pero como sale en la foto... no me puedo resistir decirlo.
En la otra foto creo reconocer a algunos compañeros, pero no estoy muy seguro. Hace ya algún tiempo de ello, y a algunos no los he vuelto a ver más.
Saludos de Molinero
Cierto molinero, no he puesto el nombre, no por la ley, sino porque creía que a nadie le iba a interesar. También he ocultado los nombres de los que reconozco (hay varios) en la otra foto. Ya la comentaremos en privado. Saludos.
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