lunes, 27 de junio de 2011

Remedios para el calor

En Córdoba tenemos una zona amplia donde se produce un vino blanco de fama, desde tiempos de los romanos, y que ha dado lugar a una denominación de origen, que se extiende por el sur de la provincia: la zona de Montilla-Moriles. Palma del Río no está comprendida en esta vasta zona, pero la uva si se ha cultivado aquí, de forma poco abundante, pues el terreno es rico en nutrientes y muy apto para otros cultivos más rentables. ¿Cómo se ha cultivado la uva aquí? Generalmente en forma de parra. Una manera de obtener este fruto para el autoconsumo y, además, una forma de tener sombra.

Muchas casas, de campo, en las huertas, y también en el casco urbano, que tenían corrales o patios, han dispuesto de parras con las que procurar sombra en verano y gozar de las preciadas uvas. En mi casa de pequeño había varios espacios abiertos. Uno de ellos, que llamábamos el corral, porque tenía unas antiguas cuadras donde cobijar bestias, tenía un emparrado que sostenía una parra, o vid trepadora. Nos daba una buena sombra en la mitad del corral, pues la otra la ocupaba una higuera o estaba al aire libre. Era en la parte por donde se entraba, sorteando un escalón, un rebate de piedra, desde el pasillo de la segunda crujía del edificio, tras el patio principal. Y la planta estaba junto al muro que dividía el corral con el huerto, cerca del colgadizo ("el corgaíso", según le llamábamos). En la foto del principio se aprecia su tronco rugoso a la izquierda, junto a la entrada al huerto. Y vemos también dos de los troncos que sostenían el armazón del emparrado. En esta otra sus hojas y algunos racimos de uvas colgando.


La parra nos daba buenas uvas que degustábamos en verano, como los higos, y refrescaba el ambiente junto a la cocina y el comedor, las dos dependencias con las que lindaba. Tenía el inconveniente de atraer pájaros e insectos, sobre todo las pesadas, molestas y peligrosas avispas. Más de un ataque sufrí de niño de estos himenópteros, lo que me convirtió en un verdadero enemigo de la especie, que proliferó en casa, también debido a los muchos sitios donde hacer sus nidos, y a la abundancia de agua para riego del huerto. Cosa que a partir de un determinado momento (el riego) se mejoró con una alberca que hizo construir mi padre allí, y que usábamos también como piscina


La piscina fue otro de los recursos para mitigar el calor del verano, un lugar de juego y diversión durante años. Era un depósito por encima del nivel del suelo, de no muy grandes dimensiones, como se ve en esta otra imagen, donde me estoy lanzando al agua. Se subía por unos escalones que había a la izquierda, y que daban a una superficie a la altura de los muros, levantada con material de relleno. Al interior se accedía con otros escalones de obra. A la derecha, la sombra de un limonero apaciguaba el ataque del sol. Recuerdo disfrutar mucho en ella, e, incluso, durante su construcción, confraternizando con los albañiles. Estábamos esperando tener vacaciones para meternos todos los días en el agua. De allí nos tenían que sacar, a mi hermano menor y a mí, sobre todo, casi a la fuerza. Pero mis hermanas, cuando estaban en casa, y mi madre, también se aprovechaban del pilón, y tomaban el sol para ponerse morenas en la superficie elevada, lugar que, por eso llamábamos "el tostaero"

La piscina, cuando llevaba varios días en uso, y empezaba a ensuciarse el agua, se vaciaba por un conducto que tenía en una esquina, al que uníamos un tubo de uralita, que llevaba el agua al huerto que cuidaba mi madre, donde plantaba hortalizas y teníamos algunos otros árboles frutales. Más de una vez, jugando, rompimos el tubo o el conducto, inundando, para enfado de mis padres, todo el huerto, no solo la parte plantada. Pues, bien, como decía antes, era otra oportunidad para sufrir el acoso de las avispas, cosa que intentábamos contrarrestar con latas de gasoil, que colocábamos en las cercanías (pues decían que eran un repelente para estos insectos) y que en más de una ocasión terminaron cayendo al agua y ensuciando ésta. Fue tanta la enemistad que tenía contra ellas, que pronto aprendí a asar una paleta matamoscas, para cazarlas, con tanta habilidad, que llegué a depurar incluso toda una técnica de descuartizamiento especialmente sádica. Tras perderles el miedo, claro.

Sin duda, mientras la estatura lo permitió, y hasta que el contacto con nuevos amigos nos impulsó a buscar nuevos lugares de ocio, esta piscina fue otro remedio estupendo contra el calor de las mañanas y las tardes en nuestro clásico verano de la niñez.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Se mantienen vivas las parras de las fotos
Mi correo jacobo@entornopye.com

Francisco Javier Domínguez Peso dijo...

No, ya no existe. La casa la vendió mi padre hace muchos años y fue derribada. Hoy allí hay pisos y casitas en un patio interior.