Cuentan las crónicas de los viejos escribas que el faraón Tut Ank Ra-Joy, cuando sus obreros y esclavos se rebelaron por los continuos recortes de la ración de dátiles diarios, y amenazaron con no continuar con la construcción de la pirámide, montó en cólera y encargó a su fiel eunuco Amenofis Ra-Gallard-Amón que sofocase la revuelta. El fiel visir amenazó a los díscolos siervos con prohibirles el aborto y con cambiar la ley que permitía casarse a un esclavo con otro igual. Para colmo, como los egipcios se enfadaron, porque le creían partidario de relajar las normas de la esclavitud, advirtió que modificaría las tablillas de jeroglíficos que regulaban el orden social, para prohibir que los egipcios se pudiesen quejar a las puertas del palacio imperial o que se juramentasen intercambiándose papiros en la oscuridad de sus celdas.
Mientras, el faraón aprobó un edicto de reforma laboral, quitando a los constructores la posibilidad de negociar las condiciones de trabajo, dejando al capataz todo el poder para cambiar lo pactado, e incluso la de echar a los cocodrilos del Nilo a los que con sus protestas retrasasen las obras, y por ello el pago de los emolumentos al capataz-contratista, restándole los prometidos talentos. Para colmo, si los obreros querían defender su trabajo tendrían que ir directamente al faraón en busca de justicia.
Tut Ank Ra-Joy se asustó ante el posible aumento de peticiones de audiencia en el palacio imperial, y, como además andaba escaso de provisiones en los graneros imperiales, encargó un nuevo plan a su visir. A Amenofis Ra-Gallard-Amón se le ocurrió que debían pagar nuevas altas tasas al faraón si querían que les impartiese justicia. Así, además de los cuantiosos impuestos en grano, que ya había subido con la excusa de la herencia recibida del faraón hereje Zapenatón, recaudarían más y serían menos los que querrían pisar las frías losas de mármol del palacio de Karnak o del templo de Osiris. Solo los ricos potentados, propietarios de oasis y palmerales y los dueños de grandes rebaños podrían acudir, como en los buenos tiempos, a los salones de palacio. Todos los afectados protestaron, incluso relatores y escribanos. Pero de nada sirvió.
Y eso que tuvieron que esperar para imponer las nuevas cargas a los siervos, pues no tenían papiro suficiente para anotar los jeroglíficos que las representaban. Pero ni siquiera la torpeza de los escribas y sacerdotes de Amón evitó que el desastre se consumase. El pobre esclavo que quería justicia era conducido en presencia del faraón, si le quedaba algo de grano con que pagar el alto tributo. Y siempre, según nos cuenta el escriba, resultaba derrotado por su patrón, o por la misma corte del faraón, contra la que querían pleitear por una multa o algo similar, pues tenían más dinero con que pagar al visir. Y así inclinar la balanza de Anubis. Los que no tenían nada, pues eran pobres o les debía los dátiles o el grano el amo, se tenían que conformar con la humillación, y si se rebelaban... ¡a los cocodrilos! Así se consumó la injusticia, traicionando el antiguo mandato del Papiro Constitucional del Imperio Nuevo, que garantizaba por voluntad de Isis la tutela judicial efectiva, y el tirano sojuzgó a sus súbditos con mano firme y con más engaños. Palabra de Horus.
2 comentarios:
NO TE KITARÍA RAZÓN. Pero jugar así con mensajes tan iluminados... ...k ta way!
¿Iluminados? ¿Qué quieres decir con eso?
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