Johan Cruyff marcando el gol de espuela, al cordobés Reina, en un partido contra el At de Madrid, que le hizo famoso |
No siempre he sido bético. Mi primer equipo fue el Atlético de Madrid, no porque me gustara su juego, ni porque hubiese alguien cercano de ese club, sino porque en una revista que llegaba semanalmente a mi casa (La actualidad española, se llamaba) vino una vez un póster con el equipo, y como no tenía ninguno, aquel fue del que me convertí en forofo. Luego vinieron el Real Madrid, que era el club de muchos de mis amigos del colegio, y el Valencia (no recuerdo el motivo). Pero del club que me hice hincha por una razón propia fue del FC Barcelona, y fue por el fichaje de Johan Cruyff. Era un futbolista que estaba en la cresta de la ola, y representaba un deportista con personalidad y con capacidad de hacer dinero, pues su fichaje fue el más caro hasta entonces. Recuerdo que, entre los dibujos que hacía en esa infancia donde llegó el holandés a España, había uno del joven nuevo jugador del Barça, que mi padre enseñaba orgulloso a las visitas. Como entrenador, más tarde, del Barcelona disfruté mucho con los partidos del llamado Dream Team, encuentros que fundamentalmente veíamos los amigos en la televisión del Pub Tiziano. Allí disfrutamos de esa ligas conseguidas por el Barcelona, por las que nos reíamos del dueño, confeso madridista, entre cubata y cubata. Y, sobre todo, por la calidad y el juego de los jugadores liderados por ese genio del fútbol que hoy nos ha dejado. Como dijo en un anuncio, uno de sus vicios (el fútbol) nos hizo soñar. El otro, el tabaco, le ha terminado matando. Descanse en paz. Ahora toca la leyenda.
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