Continuando con la serie veraniega de entradas. Hoy me referiré a algo muy costumbrista. Tenemos en Palma del Río una zona verde que conocemos genéricamente como el Paseo. Es un espacio comprendido entre el Teatro Coliseo, los pisos de San Francisco, la fábrica de harina, el colegio San Sebastián, el río Genil, con su mirador y la senda que va al puente de San Francisco Javier, y el recinto Ferial. Está formada esta zona por el jardín Reina Victoria, el llano de las casetas (antes llano de San Francisco), la piscina municipal de verano, a la que se añadió el recinto ferial actual de Ronda del Jardín, y el Paseo Alfonso XIII, propiamente dicho. En este paseo, que es una zona de albero, con quiosco-bares con terraza ambos lados, que empieza en la calle Pio XII y termina en una pérgola de los años noventa, próxima al mirador del Genil, los habitantes de Palma acostumbran a pasar las noches de verano, al ser una zona más fresca y estar equipada tanto para adultos como niños.
Hay bares donde se puede degustar todo tipo de viandas, con diferentes precios y calidades, pero con un denominador común: el autoservicio. La mayoría tenemos nuestras preferencias, convirtiéndose la clientela en una especie de amigos de los que regentan los respectivos negocios. Como nosotros en el bar Guerra, donde tenemos “nuestra parcelilla”. Se pide en la barra y, cuando está el pedido (no me gusta la expresión “comanda”) te avisan a voz en grito para que la recojas y te la lleves al velador correspondiente. A lo sumo los camareros te limpiarán la mesa cuando la abandones, dejándola lista para nuevos comensales.
Pero los tiempos cambian y, al aumentar en los últimos años los visitantes de la zona, se han hecho precisas algunas comodidades. Como es difícil que las gargantas de los camareros resistan noches y más noches gritando, se ha generalizado el uso de la megafonía. Así, esta pasada feria, durante unas horas en la noche del domingo, me percaté de un barullo de gritos microfónicos que inundaron el aire festivo: “¡Pepe, los calamares!”, “¡Antonio, que se enfrían los churrasquitos de pollo!”. De esta manera, no solo pudimos recoger lo que habíamos pedido tras encontrar mesa, con gran esfuerzo, sino que supimos de los asistentes al ferial y, también, como no, de sus gustos culinarios. Todo un ejercicio de sociología popular.
Hay bares donde se puede degustar todo tipo de viandas, con diferentes precios y calidades, pero con un denominador común: el autoservicio. La mayoría tenemos nuestras preferencias, convirtiéndose la clientela en una especie de amigos de los que regentan los respectivos negocios. Como nosotros en el bar Guerra, donde tenemos “nuestra parcelilla”. Se pide en la barra y, cuando está el pedido (no me gusta la expresión “comanda”) te avisan a voz en grito para que la recojas y te la lleves al velador correspondiente. A lo sumo los camareros te limpiarán la mesa cuando la abandones, dejándola lista para nuevos comensales.
Pero los tiempos cambian y, al aumentar en los últimos años los visitantes de la zona, se han hecho precisas algunas comodidades. Como es difícil que las gargantas de los camareros resistan noches y más noches gritando, se ha generalizado el uso de la megafonía. Así, esta pasada feria, durante unas horas en la noche del domingo, me percaté de un barullo de gritos microfónicos que inundaron el aire festivo: “¡Pepe, los calamares!”, “¡Antonio, que se enfrían los churrasquitos de pollo!”. De esta manera, no solo pudimos recoger lo que habíamos pedido tras encontrar mesa, con gran esfuerzo, sino que supimos de los asistentes al ferial y, también, como no, de sus gustos culinarios. Todo un ejercicio de sociología popular.
2 comentarios:
Muy curioso este estilo de llamar a los clientes, aquí en los autoservicios te quedas de pie esperando que tengan lista la bandeja; en los más organizados, te dan un número y te sientas, luego cantan el número o en algunos, incluso tienen una pantalla: la frialdad de la ciudad.
La foto me recuerda la entrada a nuestro parque de La Ciutadella, un lugar ideal para pasear los fines de semana.
Este sistema tiene inconvenientes, pero es más directo, me refiero al de viva voz. Lo de la megafonía tiene también sus ventajas, pero hay amigos a los que no les hace gracia que le nombren, y menos que anuncien su pedido. Por ello, cuando estamos de broma, más una vez hemos dado el nombre de ese amigo/a quisquilloso/a al pedir, para reirnos a su costa al sonar a los cuatro vientos por los altavoces. O también alguien ha dado uno de "fantasía" (superman, caperucita...) para que no le confundan con la correspondiente Belén o Antonio, por ejemplo. Con lo que las risas han sido generalizadas entre la clientela.
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