La obra está dirigida por el propio autor y representada por la compañía madrileña Metamorfósis. Este texto lo escribió y estrenó a principios de los noventa del siglo pasado. Hay que aclararlo, pues su reestreno conllevó adaptaciones a la situación actual. “Drama político, familiar y personal de un veterano policía que en el pasado vivió al amparo de un régimen represivo. Los vientos de los nuevos tiempos piden cuentas, y se abrirá un enfrentamiento entre las diferentes formas de vida. En una situación límite, convertido ya en un dinosaurio incapaz de adaptarse, recibirá la visita de su hermano, un músico tolerante que tratará de reconducirle a la racionalidad”. Así nos explican sinópticamente su argumento. El policía, Mauro, está interpretado por Juan Alberto López, magnífico y arrollador en su papel, verdadero hilo conductor de la acción. Su hermano, Abel, es Manuel Bandera (la causa de que el teatro se llenase, por su pertenencia al mundo del “famoseo”) que tuvo un papel secundario, dando la réplica, escasa, escueta y hasta hierática, al protagonista sin discusión del drama. Les acompañan Olga Doménech, Mari, la esposa del policía, y Yiyo Alonso (ayudante de dirección, además), Roque, un compañero de éste, de poca presencia en el escenario.
Es un drama psicológico, como dice el autor, con algún toque de humor, por lo esperpéntico del personaje principal: rudo, visceral, violento, alcohólico, enfermo, patéticamente frustrado, cobarde aunque presuma de valentía (justifica sus crímenes por la obediencia debida a los que mandaban “antes o ahora, son todos iguales”). Y también por la anécdotas que se cuentan, que siendo crueles, son relatadas por Mauro con la gracia de quien está acostumbrado a la dureza de la vida y a cometer fechorías sin inmutarse, o al menos creyéndose inmune al dolor. Y drama biográfico, ya que parece justificar su actitud ante la vida y su trayectoria debido al papel secundario vivido en su hogar familiar (que no abandona ni al casarse). Es hijo de un militar y una modista que los educaron espartanamente, pero que prefirieron a su hermano, enclenque, sensible, perdedor en todas las peleas, “maricón, o gay, como se dice ahora”, o, al menos, esto es lo que siente el policía y es causa de su resentimiento. Éste, el hermano, sí abandonó la casa y en este encuentro se lo reprocha, pues fue capaz de vivir su propia vida. Mauro se siente desplazado ahora, tras haber servido a los que mandan “haciendo el trabajo sucio”, como en la lucha contra los terroristas (guerra sucia, se entiende) y contra los vulgares delincuentes, lo que le causa frustración, ya que, según él, esto permite a los demás, como a su propio hermano, vivir en un mundo feliz. Se intuyen acontecimientos de la época de la transición y posteriores, amén de lo vivido anteriormente, que también pueden enmarcarse en eso que se ha dado en llamar “memoria histórica”. Y llegamos a sentir pena por un personaje tan patético.
Como decía, la interpretación, estuvo muy bien, brillante en el caso de Juan Alberto López. La escenografía, clásica, contribuye al ambiente de evocación permanente del relato y está bien trabajada, como también la iluminación y la música. Alonso de Santos es un autor “comercial”, y también lo es como director. Y eso enganchó al público, que aplaudió en cada entreacto y con ganas y entusiasmo al final de la representación.
Vinimos con miedo al teatro y salimos contentos. Mereció la pena hacer el esfuerzo.
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