Hoy hace 31 años que se aprobó en referéndum la Constitución española. Fueron unas cortes, salidas en las primeras elecciones generales tras la muerte de Franco, que no tenían la misión de convertirse en asamblea constituyente. Pero la lógica se impuso, y, aunque en el referéndum anterior había ganado la opción de la reforma desde dentro de la legalidad franquista, en lugar de la ruptura con el régimen anterior, los diputados y senadores salidos de esos primeros comicios (no del todo democráticos, pues no eran legales todos los partidos políticos y muchos tuvieron que presentarse bajo falsas coaliciones o candidaturas pseudo-independientes) tuvieron claro pronto que había que tener unas reglas de juego nuevas, dotadas de legitimidad democrática y con vocación de servir para todos, posibilitando la desaparición de las "dos españas," todavía presentes tras la guerra civil.
Yo entonces no voté, porque no tenía la mayoría de edad y, por tanto, el derecho al voto, pero no hubiese votado esta constitución de poderlo haber hecho. Era más joven y más idealista. La constitución salió del consenso de las fuerzas políticas presentes en las cortes, y yo no me sentía del todo representado, era más izquierdista. Pensaba que la mayoría social era de izquierdas y teníamos una oportunidad de haber restablecido la república, con un marcado carácter izquierdista y rupturista con el régimen fascista. Pero la realidad no era así, había triunfado la reforma de Adolfo Suárez, que consistía en llegar a la democracia desde las instituciones existentes. Eso también tuvo su repercusión en el resultado electoral de 1977 y posteriores. Muchas cosas han cambiado desde entonces. Muchos partidos desaparecieron del mapa y el panorama se simplificó. También muchos franquistas se integraron y "civilizaron", acatando las nuevas reglas del juego democrático. Hoy día se vuelven a replantear cuestiones cuasi-constituyentes, sobre todo en el marco del estado autonómico. Y vuelven las tensiones. También se reabre de vez en cuando el debate sobre monarquía o república, muchas veces sin necesidad. Me acuerdo mucho de la postura que yo tenía entonces y de cómo no coincido ahora con aquellos planteamientos maximalistas.
Sin duda la constitución se debe examinar periódicamente y, si es necesario, se debe reformar, como se hizo cuando se permitió el voto a los nacionales de la Unión Europea, no españoles, en las elecciones municipales. Pero ese análisis debe responder a necesidades que no pueden ser atendidas con la letra y el espíritu del texto actual, el más longevo de nuestra historia constitucional (tan exigua). Las reformas exigen consenso y mayorías cualificadas que garanticen el respeto por la generalidad de las reglas del juego. Muchos cambios planteados se han quedado guardados en un cajón al no concitar el acuerdo de las principales fuerzas políticas, por uno u otros motivos. La próxima sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de autonomía de Cataluña, impugnado por el PP, será una prueba de fuego sobre el sentido de este respeto a las reglas de juego democrático. Este tribunal es fruto del juego político y éste está en los últimos tiempos excesivamente crispado. Hasta se cuestiona su legitimidad y existencia como árbitro constitucional. Mal camino llevamos. Las sucesivas elecciones que se han celebrado presentan un panorama donde no se articulan mayorías estables, y los cambios, para ser efectivos y eficientes, necesitan del concurso de la estabilidad. No podemos cambiar las reglas de juego a conveniencia particular "y con el partido ya empezado" pues jugaremos cada uno a "deportes diferentes". Y así es imposible. Ojalá se imponga la sensatez. Y que esta norma siga cumpliendo muchos años más.
Yo entonces no voté, porque no tenía la mayoría de edad y, por tanto, el derecho al voto, pero no hubiese votado esta constitución de poderlo haber hecho. Era más joven y más idealista. La constitución salió del consenso de las fuerzas políticas presentes en las cortes, y yo no me sentía del todo representado, era más izquierdista. Pensaba que la mayoría social era de izquierdas y teníamos una oportunidad de haber restablecido la república, con un marcado carácter izquierdista y rupturista con el régimen fascista. Pero la realidad no era así, había triunfado la reforma de Adolfo Suárez, que consistía en llegar a la democracia desde las instituciones existentes. Eso también tuvo su repercusión en el resultado electoral de 1977 y posteriores. Muchas cosas han cambiado desde entonces. Muchos partidos desaparecieron del mapa y el panorama se simplificó. También muchos franquistas se integraron y "civilizaron", acatando las nuevas reglas del juego democrático. Hoy día se vuelven a replantear cuestiones cuasi-constituyentes, sobre todo en el marco del estado autonómico. Y vuelven las tensiones. También se reabre de vez en cuando el debate sobre monarquía o república, muchas veces sin necesidad. Me acuerdo mucho de la postura que yo tenía entonces y de cómo no coincido ahora con aquellos planteamientos maximalistas.
Sin duda la constitución se debe examinar periódicamente y, si es necesario, se debe reformar, como se hizo cuando se permitió el voto a los nacionales de la Unión Europea, no españoles, en las elecciones municipales. Pero ese análisis debe responder a necesidades que no pueden ser atendidas con la letra y el espíritu del texto actual, el más longevo de nuestra historia constitucional (tan exigua). Las reformas exigen consenso y mayorías cualificadas que garanticen el respeto por la generalidad de las reglas del juego. Muchos cambios planteados se han quedado guardados en un cajón al no concitar el acuerdo de las principales fuerzas políticas, por uno u otros motivos. La próxima sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de autonomía de Cataluña, impugnado por el PP, será una prueba de fuego sobre el sentido de este respeto a las reglas de juego democrático. Este tribunal es fruto del juego político y éste está en los últimos tiempos excesivamente crispado. Hasta se cuestiona su legitimidad y existencia como árbitro constitucional. Mal camino llevamos. Las sucesivas elecciones que se han celebrado presentan un panorama donde no se articulan mayorías estables, y los cambios, para ser efectivos y eficientes, necesitan del concurso de la estabilidad. No podemos cambiar las reglas de juego a conveniencia particular "y con el partido ya empezado" pues jugaremos cada uno a "deportes diferentes". Y así es imposible. Ojalá se imponga la sensatez. Y que esta norma siga cumpliendo muchos años más.
2 comentarios:
"Me acuerdo mucho de la postura que yo tenía entonces y de cómo no coincido ahora con aquellos planteamientos maximalistas"
Pues quizá entonces estabas más cerca de la autenticidad que ahora. No te trates mal tú mismo y recuerda la frase utópica del mayo francés del 68:
«Seamos realistas, pidamos lo imposible»
Creo que a ti te está pasando eso mismo que dice el dicho:
"Si a los 20 no eres comunista es que no tienes corazón;
si a los 60 sigues siendo comunista, es que no tienes cabeza"
No te lo tomes por el lado malo ni por el lado torcido; yo también, igual que tú, profesouna ideología socialdemócrata con la que me siento satisfecho y orgulloso. No aspiro a más. Aunque yo también razono que en el 77 se podría haber ido a más para no tener ahora un sucedaneo de régimen franquista amenizado con votaciones democráticas cada 4 años.
Para que esto sea una democracia plena, sin complejos y sin flecos franquistas, hay que tener una derecha civilizada y democrática que no se sienta orgullosa de ser la legítima heredera del franquismo; hay que tener unas organizaciones religiosas relegadasal ámbito de lo privado y no incrustadas en todos los entresijos del estado; hay que tener unos partidos políticos democráticos que no ejerzan la oligarquía por encima de la sociedad: hay que tener unas instituciones del estado que respondan escrupulosamente a la esencia de la democracia y la igualdad y no se amparen en tradiciones ni en dinastías escogidas. Y hay que tener una sociedad más vertebrada y participativa que no sólo se sienta demócrata cada cuatro años.
Salú, compañero.
No me lo tomo a mal, Jesús. Estoy de acuerdo con el último párrafo de tu comentario. Lo que ocurre es que, como digo en el post, en aquel tiempo pensaba que la gente era de mayoría de izquierdas, y la muerte de Franco, con todos los movimientos que surgieron de repente a la luz del día, permitiría un cambio democrático total. No era así. Y por tanto, la Constitución, que debía y debe ser para todos, debía reflejar la pluralidad de la sociedad española. Yo entonces pretendía que esa constitución fuese además de izquierdas y republicana, cuando la mayoría no lo era.
Otra cosa es el futuro. Lo malo es que la sociedad sigue muy dividida y esa derecha heredera del franquismo es fuerte y numerosa, e incluso se siente orgullosa de su pasado. ¡Hasta los jóvenes cachorros de la derecha que no conocieron el régimen de Franco lo añoran!. Y otro peligro son los nacionalismos. Por cierto, la izquierda es internacionalista. Y es incomprensible que en el PSOE haya quien quiera ser más separatista que los nacionalistas originales, poniendo en peligro el objetivo común (una sociedad justa, independientemente de fronteras), en beneficio de instituciones y poderes fragmentarios de origen burgués.
Salud.
Publicar un comentario