Ayer dio comienzo la Feria de Agosto de Palma del Río. Una feria que ha vuelto a llamarse "feria real", pues su origen está en el siglo XV, en 1451 (antes del fin de la Reconquista y del descubrimiento de América), cuando el rey Juan II, de Castilla, concedió el privilegio al señor de Palma de organizar una feria libre y perpetua desde el 15 de agosto, celebración de la Asunción. Posteriormente esta feria, antiguamente feria de ganados, se convirtió en fiestas sin connotación religiosa, que ha ido reduciendo sus días de celebración hasta situarse en el fin de semana más cercano al 24 de agosto de cada año. En mi etapa juvenil tuvo momentos gloriosos, de pujanza, antes y después de construirse el recinto ferial actual, que cambió el espacio de casetas y el de la "calle del infierno". Hoy día, como comenté hace cinco años, es una feria en decadencia, por las nuevas costumbres de diversión, sobre todo juvenil. Cuando el "botellón" se puede practicar cualquier día de la semana, en verano, no tiene sentido preparar casetas para el consumo de bebidas y comidas. Ya no hay feria de ganados, y este año solo hay una caseta, a la que no auguro mucho éxito. La crisis también se nota en este aspecto. Por otra parte, los aguaúchos del Paseo seguirán prestando su habitual servicio; eso sí, sin las anteriormente tradicionales sesiones de tarde y medio día, por las altísimas temperaturas, que no invitan a salir a la calle, y menos aún, a aposentarse bajo una lona durante las horas de siesta. La noche se convierte en el momento idóneo, aunque, como ayer, el calor no hiciese precisamente cómoda la asistencia. En fin, aunque nos la califiquen de "real" (monárquica, por esos tics añejos y aristocráticos que parecen dar más prestancia a las cosas) intentaremos disfrutar de ella. Y que no nos la quiten, para mezclarla con otro tipo de celebraciones. Aunque debilitada, sigue siendo la feria "de todos los palmeños". Y de quienes tengan la amabilidad de venir a visitarnos.
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