Una de las consecuencias del calor del verano es que, por las tardes, tras el almuerzo, el sopor nos atenaza, y viene inexorablemente la necesidad de la siesta. Algo relajante, placentero, que provoca en nosotros un segundo despertar y nos prepara para los acontecimientos de la tarde y la noche. Sin duda es un "cargarse la pilas" que aumenta nuestro rendimiento durante más horas al día. Algo que forma parte de nuestra cultura, además de una necesidad. La contrapartida viene más tarde, durante la noche, cuando intentamos dormir. La necesidad de sueño es menor, algo que viene bien si estamos de descanso, y deseosos de fiestas y diversiones. Sin embargo, esto que tan bien se nos antoja, cuando aparecen las noches de calor, convierte el sueño en pesadilla. No son raras las veladas nocturnas cuando el calor no deja de apretar, a pesar de haberse puesto nuestro querido Sol. En nuestras tierras, el calor no termina de irse, ni durante las horas de oscuridad, varias veces en los meses de verano. Las noches no son frescas, sino cálidas, y, si necesitamos dormir, la alta temperatura, que se prolonga desde las horas de luz, nos lo impide, con lo que el descanso se hace bien difícil. Si hemos dormido una buena siesta, para colmo, mejor tener paciencia. Las cálidas noches de verano no tienen término medio: o nos dan placer o nos agotan. Mejor para el placer, ¿no?
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