domingo, 4 de agosto de 2013

La boda del día de la marmota


Anoche, en buena compañía, y al fresco del Paseo, comentamos algunos problemas que sufren muchas personas por su nombre, cuando hay errores que se introducen en la vida administrativa. Algunas veces eso ocurre porque, cuando son bautizados, en el registro eclesiástico aparece algún nombre además del propio con el que son conocidos, por ejemplo. Contamos varias anécdotas al respecto. Incluso varios de los problemas con el fisco de algunos conocidos, por coincidir sus nombres y hasta apellidos con los de otras personas que aparecen como deudoras de la Seguridad Social o la Hacienda Pública, con el bloqueo y embargo de cuentas correspondiente sufrido por los inocentes, por culpa de dichas coincidencias. Esto ha motivado que haya quien se cambiase su nombre o apellidos, para evitar la reiterada y engorrosa confusión con el moroso de turno. A propósito de esta cuestión yo comenté un caso divertido que me pasó hace años.


Siendo concejal me tocó oficiar una boda civil en el Ayuntamiento de Palma del Río. Era un domingo a las doce, pero no un domingo cualquiera, sino el "Domingo de Piñata", el último día del carnaval, el más concurrido e intenso, y el que más nos gusta. Entonces, el grupo de amigos que nos reuníamos teníamos por costumbre buscar unos disfraces que representaran alguna escena o hecho de actualidad u otro motivo para ir conjuntados. Fueron célebres los disfraces de Hare Krishna, rabinos, el descubrimiento de América o la Revolución francesa. Ese día era uno de aquellos. Y habíamos quedado citados a las dos de la tarde, ya disfrazados, en un establecimiento concreto, para almorzar calentando motores y salir a las calles en plena "representación". Así que pensé que, a pesar de la ceremonia, no tendría problemas para acudir a la cita. 


Me presenté, como de costumbre, unos minutos antes para preparar el acto. Y a la hora señalada, viendo que no había nadie más que el ordenanza y yo mismo, me salí a la puerta de la Casa Consistorial. Lo normal, y es costumbre, es que la novia sea la que se retrase, pero allí todo el mundo estaba ausente. ¿Se habrían equivocado de hora o día? Estando en la puerta llegaron dos jovenzuelas muy alegres y me preguntaron si allí era la boda de su amiga. Eso me tranquilizó algo, pero el que fuesen las primeras invitadas no apuntaba a nada bueno. Sobre todo porque se fueron igual que vinieron. Luego se fueron acercando algunos más. Y mi nerviosismo fue creciendo. 


Llegó un coche que se paró en la puerta y de él salió una señora con un vestido de noche tan corto que, mientras corría, se bajaba la minúscula falda, pues dejaba al descubierto su ropa interior. Era la "madrina". Esta mujer me dijo que esperara, pues su amiga (la novia) se estaba duchando, ya que el manijero no les había dejado irse antes del trabajo. Así es el campo, pensé yo, que se trabaja cualquier día (cuando hay trabajo) y ni el día de tu boda hacen excepción. Sufrido empleo. "Naturalmente esperaré", le dije. Qué remedio, sin los novios no hay boda. Cuando llegaron los novios (venían juntos de la casa) y algunos invitados más, subimos al salón de Plenos. Era ya casi la una de la tarde (una hora de retraso). Celebramos la ceremonia y, cuando firmábamos las actas, el novio me contó su problema con los nombres. 


Resulta que se llamaba "Antonio Fernández Fernández" (nombre supuesto), pero después de divorciarse y, al preparar el expediente para el matrimonio civil, se enteró que su verdadero nombre (según, lógicamente, el Registro Civil) era "Francisco Fernández Fernández" (supuesto). Se extendió en todo lujo de detalles sobre los inconvenientes que esto le había supuesto en todos los documentos (que había tenido que cambiar forzosamente) y menciones en las diversas administraciones con las que tenía que relacionarse. Di por terminada la ceremonia y llegué, por suerte, a tiempo para incorporarme al grupo carnavalero, aunque con más retraso del que hubiese querido. Al día siguiente, recordé la anécdota al encontrarme el expediente matrimonial en mi mesa de despacho, pero pronto se me olvidó, debido al lógico cansancio del día carnavalesco disfrutado. Y por las nuevas obligaciones que me esperaban. 


Varios días después entró en mi despacho la administrativa de la Secretaría municipal con el mismo expediente en la mano. Me dijo que lo habían devuelto del Registro Civil "porque alguien distinto había firmado en lugar del novio" y que había que repetir el acto. Entonces me acordé de lo que me dijo el contrayente sobre su "cambio de nombre". "Tanto explicarme sus problemas con los papeles y va y firma con el nombre antiguo otra vez", le dije a la funcionaria. "Pues yo no repito la ceremonia, que ya me costó celebrarla con el retraso del domingo pasado" dije. Que esto se va a parecer a la película "Atrapado en el tiempo", de Bill Murray y Andie MacDowell, donde el protagonista se levanta en "el día de la marmota" una y otra vez, repitiéndose los hechos atrapado en un bucle sin fin. Así que, como ya se habían casado, lo que había que hacer era cambiar el acta incorrecta por una nueva y firmar de nuevo. Le dije que les llamara para firmar el nuevo documento. Y que se cerciorase de que el marido firmase con su nombre real (Francisco, no Antonio), antes de traerme el papel para que yo lo rubricara. Con esto evité que el bucle temporal se prolongara más, y más, y que aquella ceremonia se convirtiese en la "boda del día de la marmota". 


Para que luego alguien diga que el nombre no tiene importancia. 

2 comentarios:

Jesús Herrera Peña dijo...

Curiosa anécdota la que nos cuentas, Schevi.
Yo, que también fui munícipe, siempre envidié y sigo envidiando a las personas que como tú fueron al menos por una vez oficiantes de alguna boda civil.
Pero en mis tiempos no se estilaba eso y sólo casaban los jueces de paz en las bodas civiles.
También eso lo envidié. Lo de haber llegado a ser un día juez de paz de mi pueblo.
Pero eso (como casi todo en este país) se lo tienen reservado a las gentes de derechas y ultra-derechas, más conocidas como personas de orden.

Francisco Javier Domínguez Peso dijo...

Sí, Jesús es difícil ser juez, de carrera o de paz, si no eres de su cuerda. Yo fui el primero que oficié bodas civiles en al ayuntamiento palmeño, desde que se reformó el Código Civil. Otra curiosidad. Y, como vivía cerca del ayuntamiento, me asignaban muchas ceremonias, ya que casi todas son en fin se semana y a mí me cogía más cerca. Alguna día intentaré contar las bodas que tuve. Otra curiosidad: unos de mis vecinos actuales también se casaron conmigo de concejal autorizante. Fueron ellos los que me lo recordaron un día en el ascensor.