El turismo es una fuente de recursos importante para muchos de nuestros territorios, ricos en atractivos, como el sol, las playas, los paisajes. Es más, muchas ciudades y pueblos se esfuerzan por mejorar sus calles, sus monumentos, su pasado y sus recursos naturales, con tal de vender su interés y lograr la ansiada visita de los turistas, que dejen en las arcas locales los preciados euros. Pero el turismo, sobre todo si se masifica, como toda moneda, tiene dos caras, tiene inconvenientes, como es el caso del turismo barato que busca playas y alcohol. No es extraño, por tanto, que provoque molestias a los vecinos y que éstos se rebelen. Dos muestras de estas protestas vecinales hemos visto este año en nuestras visitas. La primera es de Salamanca, hermosa ciudad del interior peninsular, de rico patrimonio cultural e histórico. Eso no impide a que algunos turistas no se comporten con el civismo necesario y terminen molestando a los residentes. Como indican los carteles, con redacción humorística, el ruido y los olores de ciertas basuras y evacuaciones, de los turistas con mala educación, no son bienvenidos, lógicamente. No obstante, nos desean una feliz estancia ociosa.
La segunda imagen es de Cuenca, otra ciudad interior que tiene un gran número de visitas turísticas. Su casco histórico es muy frecuentado, y tiene el inconveniente de encontrarse en un punto elevado, en una zona escarpada, con grandes acantilados lindantes con dos ríos (el Huécar y el Júcar), formando un elevado cañón de unos cien metros. Prácticamente todo el casco antiguo está abierto al tráfico rodado (a diferencia de la mayoría de estas zonas similares que conocemos), con lo que es peligroso caminar como visitante. Y de ello se nos quejó un taxista, que nos llevó al barrio del castillo (la parte más alta), donde iniciamos la primera visita, bajando en busca de un lugar donde cenar y para ver el lugar, y luego dirigirnos a nuestro hotel, situado en la parte nueva. Los letreros aluden a la mala convivencia entre turismo y residentes. El casco histórico está declarado Patrimonio de la Humanidad, y ello ha servido para hacer un juego de palabras alusivo a esos problemas que presenta el armonizar turismo y conservación del patrimonio, con una ciudad viva y habitada. En fin, que nunca llueve a gusto de todos.
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