lunes, 26 de julio de 2010

La siesta


Hace calor, mucho calor. No es nada anormal. Estamos en verano. Después del almuerzo, ¿quién pude resistirse a dar una cabezadita?. Es la siesta, la hora sexta de los romanos, aquella en que nuestro cuerpo flaquea, tras una abundante comida, cerramos los ojos, el sopor nos invade y caemos en los brazos de Morfeo.

De pequeño, recuerdo, mi madre nos ponía a dormir la siesta, y se esforzaba infructuosamente. ¿Quién, estando de vacaciones de verano, puede desaprovechar algún instante en el que poder jugar?. Nosotros, mi hermano menor y yo, lo que queríamos era que tendieran una manta en el suelo y echarnos, pero no para dormir, sino para jugar, sintiendo el fresco del suelo de la habitación oscura. Y se montaba la algarabía. Entonces, mi madre venía a reñirnos, para que nos calláramos, dejáramos de reír y nos durmiésemos.  “Como no os calléis vendrá papá con la correa y os castiga.” Esa era la constante advertencia, o amenaza.

Mi padre era de siesta diaria, no solo en verano, sino en cualquier época del año. “Que pérdida de tiempo”, pensaba yo. Con lo a gusto que se está jugando después de comer. Si jugábamos nosotros le interrumpíamos la sagrada siesta. Mi padre era de los de la siesta larga, más de una hora, en cama, con pijama y orinal, que diría Cela. Y se levantaba hecho un chaval, pese a su edad.

¿Por qué existe la siesta?. En lugares como España, de temperaturas altas, es lógico que se duerma la siesta, sobre todo en el sur. ¿Quién se atreve en pleno julio o agosto a salir a la calle a las cuatro o cinco de la tarde, a hacer ejercicio?. Recuerdo que el Ministerio de Hacienda envió al ayuntamiento un equipo para la revisión del Catastro de Rústica. Hablaron conmigo para que les facilitáramos una oficina donde atender a los agricultores y propietarios de tierras. Era julio o principios de agosto, y tenían un plazo corto de tiempo para atender las reclamaciones. Les pregunté su horario: de 9 a 2, por la mañana, y de 3 a 6 de la tarde. Me quedé perplejo y les pregunté por ese horario tan raro. Venían de Madrid, claro. Me contestaron que tenían que aprovechar bien la jornada diaria. Entonces les dije: “Pero a esas horas de tarde no les va a venir nadie. Mire, yo estoy haciendo un curso de mecanografía y voy a la academia a las seis de la tarde, y no me encuentro ni a los pajaritos”. Accedieron a retrasar una hora la jornada de tarde.....por una semana. Cuando se aburrieron solos en el despacho comprendieron que debían cambiar el horario. No se daban cuenta de que los agricultores se levantan temprano, muy temprano en verano, “para aprovechar la fresquita”, luego comían, dormían la siesta (necesaria también para recuperarse del madrugón) y luego, cuando se había pasado la calor, salían a otros quehaceres. Lo que no puede ser, no es, y además es imposible. Por la tarde, en Andalucía, siesta.

Eso comprendí con el tiempo. Un amigo mío la llama el yoga hispánico. Es saludable, tonificante, ayuda a hacer la digestión, te traslada al nirvana. Y muchas veces es insoslayable. Cuando la sangre va en auxilio de los jugos gástricos, enfrentándose a una copiosa colación, el sistema nervioso se reblandece, merman las fuerzas, cerramos los ojos, y no hay remedio: desfallecemos. Unos a la cama y otros donde sea: en el campo, bajo la sombra de un árbol, en el sillón del salón del hogar, en el césped de la piscina...cualquier sitio es bueno para que nuestro cuerpo recobre las energías gastadas o que se están empleando en asimilar los alimentos recién tomados.

La siesta, además, previene el estrés, mejora el humor de las personas, y nos hace rendir más al dividir nuestro tiempo de vigilia en dos periodos, entre el sueño nocturno, aprovechando las tardes, hasta altas horas. Ya lo han descubierto hace tiempo, no solo en los lugares donde la presencia española ha sido significativa en la Historia, sino en otros sitios como China, la India u Oriente Medio. Cuando algo se extiende así no puede ser malo.

Aunque, para mí, sí es malo que el periodo de siesta sea prolongado. Y el acostame, ya que entonces el sueño es en exceso profundo y me provoca dolor de cabeza, después. Porque sí, tardé algo, pero terminé rindiéndome a los encantos del yoga hispánico. Fue en la etapa de estudiante cuando descubrí sus propiedades, o más bien, su tiranía. Una vez, estudiando las lecciones para el día siguiente, sentado en un sofá que tenía en mi antigua habitación, quise repasar unos conceptos, que no habían quedado demasiado claros para mí. Me fui páginas atrás y releí, pero no encontraba las frases que se me resistían al entendimiento. Miré hoja tras hoja, y me di cuenta de que lo había soñado, que aquello que no encontraba era parte del sueño. Que soñé que estudiaba, mientras estudiaba, y aprendía que el sueño era más fuerte que mi curiosidad por saber. Me rendí y tras una siestecita reparadora de unos minutos continué la tarea del estudio. Fue lo mejor.

La siesta es una actividad que no necesita de subvenciones para que se practique con fruición. Es gratis, agradable, no pagamos impuestos, por ahora, al practicarla. Pero promocionar la siesta, sin embargo, parece muchas veces que es el objetivo de los famosos documentales de la Dos, esos que todo el mundo dice que ve, en lugar de los programas de telebasura, de cuchicheos y chismorreos que tanto abundan en las televisiones. ¿No habremos visto cientos de veces a ese guepardo correr raudo y elegante, tras una gacela en las sabanas de Masai Mara?. ¿No es el mismo cocodrilo del Nilo el que siempre captura al ñu rezagado de la manada que cruza atropelladamente el río en el Serengueti?. Puede que sí, puede que no. Lo cierto es que rara vez podemos ver  completo el dichoso documental, y llegamos a comprenderlo por partes, de las que nos deja cada siesta contemplar. Acomodados en el extremo del cómodo sofá (o en el sillón de orejas, si es que gusta más), recogida la mesa y lavados los platos, los ojos pesan, la voz del locutor se nos antoja monótona, hipnótica, y que sea un cocodrilo o un hipopótamo el que ataque la manada de núes termina dándonos igual, pues lo mismo, cuando nos damos cuenta, lo que echan por la tele es ya España directo. Quince, veinte minutos, el mundo se ha parado para nosotros. Señoras, señores, ¡qué buena siesta hemos echado!. 

5 comentarios:

eigual dijo...

Hace poco me agregaste al Facebook. Gracias por hacerlo.

Siempre he seguido tus artículos en La Isla Tuerta, y me encanta.

Sigo tu blog, y no me había ni dado cuenta que participabas en el 20blogs de 20 minutos. Te voy a tener en cuenta.

Transmites mucho con tus palabras.

Un abrazo, y nos seguimos..

Alfonso Saborido dijo...

Para mí es indispensable, me levanto todos los días a las seis de la mañana, y hay veces que tengo programa de radio a las diez de la noche, así que me es indispensable tener que dormirla, aunque sea invierno.
Por eso cuando me ponen en el partido una reunión a las cinco de la tarde, es como si a una persona normal se la pusieran a las tres de la mañana XD

Francisco Javier Domínguez Peso dijo...

Muchas gracias por tus palabras, eigual. Nunca me habían dicho algo así sobre la capacidad de transmisión de mis palabras. Siempre me han considerado un tipo poco comunicativo, aunque lo intente. Bueno es saber que a algunas personas les llega lo que quiero comunicar. Nos seguimos, un abrazo.

Alfonso, te creo, con esas tareas y horarios. También me fastidian muchas veces a mí el horario de reuniones del partido. Pero, ya se sabe, en casa del herrero cuchara de palo (tanto predicar la conciliación de la vida familiar y laboral y somos los primeros que no cumplimos...)

EL QUINTO FORAJIDO dijo...

Con la siesta se consigue tener dos dias en uno, yo soy de los de siesta en el sillón viendo el tour, el se lo que hicisteis o un documental de animalitos.

Francisco Javier Domínguez Peso dijo...

Tú sí que sabes, Quinto Forajido. Aunque como se entere Miki Nadal, por ejemplo, de que duermes el Sé lo que hicisteis....jajajajaja