Este es uno de los vocablos más extendidos, por malsonante, y me lo propone Giordano Silvestre (que cada vez más se está ganando un puesto de “académico de la parcelilla”). Tiene un doble significado, positivo y negativo, aunque esto no tenga nada que ver con su origen etimológico. En el diccionario granaíno:
Joíoporculo: «Expresión cuando cariñosamente se le quiere llamar a un hijo.
Ejemplo: «Si es mu bueno, pero el joioporculo no quiere estudiar».
Ejemplo: «Si es mu bueno, pero el joioporculo no quiere estudiar».
Aquí veríamos el sentido positivo, por lo cariñoso. Pero este “palabro”, aunque se defienda su origen en el territorio del antiguo reino nazarí, no tiene uno definido ni conocido, por lo extendido de su empleo en conversaciones varias. Porque, eso sí, su uso es únicamente coloquial, no vale para el lenguaje culto, el que deberíamos usar, diríase, en un discurso en la Real Academia (la oficial, la de la Lengua Española) o en un sermón del “Don David, presbítero y arcipreste” de turno. Véase por ejemplo:
"Cursillo, para que mujeres tan nobles como Tita (Doña Tita Thyssen ) aprendan a hablar con sus nueras arribistas, que cómo te entiendo Tita, tenemos que quedar un día a tomar un tés y llorarnos las penas.
-JOIO POR CULO: Persona que te produce malestar. Entiendo el vuestro al tener que leer este lenguaje barriobajero pero por amor a un hijo, hay que aprender, amigas. Frase tipo de la Zahara: “Me vas a comer la pipaercoño, joioporculo”. Una botella de Agua del Carmen me tuve que beber al oír esto, qué sofocón.”
Este es claramente negativo, sobran las palabras. Muy propio de la señora que barre la puerta de su calle y tiene que sufrir las burlas del niñato de vacaciones que pasa por allí y se chotea de las labores domésticas de la abnegada ama de casa, como me sugería Giordano Silvestre.
Etimológicamente derivaría del acto sexual controvertido, que algunos, aunque no sean habitantes del barrio de Chueca, pueden considerar agradable, mientras que otros lo ven como una verdadera tortura para los sentidos, sean o no seguidores de los preceptos bíblicos, que aluden al caso. De todas maneras, me inclino a pensar que quien se lo inventó pensaba en el segundo caso, aunque no es descartable que luego asumiera la primera afición. Vamos que el término se ha convertido en un joioporculo vocablo. Lo incluimos en nuestro diccionario.
Joioporculo
1 m. adj. Colq. Expresión cariñosa con la que referirse al hijo o amigo singularmente puñetero, cosa común en estas tierras donde el insulto equivale muchas veces a una loa.
2 m. ad. Colq. Insulto que frecuentemente se usa en lenguaje barriobajero, maleducado y malsonante para hacer mención de persona, generalmente masculina, que se comporta de forma hiriente para el que lo pronuncia, como si hubiese sido sodomizada, lo más probable que para su disgusto personal.
7 comentarios:
vas a tener que empezar a redactar tu propio diccionario, como Cela o JoseLuis Coll....
Saludos
Yo no he oído el vocablo "joiporculo" en la segunda acepción; es decir, como insulto intencionado y grave. Esa acepción suele expresarse más bien con el no menos popular y expresivo "hijolagranputa".
Una tía política mía que vivía en Palma, aunque procedente de Marchena, decía cada dos por tres "joiporculo" como elogio. Así, por ejemplo: "Joioporculo, cuánto sabes"; o "hay que ver el joiporculo lo alto y lo guapo que se está poniendo"). Claro que también utilizaba el término en expresiones de reproche o de advertencia ("¡Mira, joioporculo, a mí no me digas lo que tengo que hacer!")
El otro término -"hijolagranputa"- lo he oído utilizar, igualmente, en el mismo doble sentido: con intención elogiosa o con ánimo de insultar. La diferencia, creo, es que, en el segundo caso, suena como un insulto contundente y ofensivo. Así: "Ese mariconazo, hijolagranputa, se va a enterar en cuanto yo me lo eche a la cara".
Fuera de Andalucía, he oído "hijoputa", pero no "hijolagranputa", que resulta más gracioso, expresivo y rico de intenciones.
El "hijoputa" usado en Castilla suena seco y antipático; el "hijolagranputa" andaluz, no.
Del vocablo "mariconazo" podría decirse otro tanto.
Saludos, Ocatavio.
Hiperión, en eso estamos. Salió como una broma, pero crece y crece sin parar. Saludos.
Octavio, yo lo he oído de las dos maneras, por eso lo reseño aquí. La forma positiva, cariñosa incluso, es común. Pero también se da la negativa, como con la anécdota que me inspiró y me contó en su comentario Giordano Silvestre, la de la señora que barría la puerta. Creo que es el sentido original, pero ya sabemos que los andaluces, sobre todo, usamos también esos insultos de forma cariñosa: "mariconcete, que listo eres", "el cabronazo ganó la carrera"...Este "Diccionario Palmeño de la Parcelilla" pretende divertir, no sentar cátedra, por eso su carácter humorístico, incluso inventando palabras o "palabros", pero si ayudamos a conservar también palabras propias, o comunes, pero con un sentido local, algo bueno haremos, ¿no?. Un saludo.
Por cierto, Octavio, otro que usaba estupendamente el "hijoputa" era Pepe Lora, del que hiciste merecido homenaje en la revista de feria, cuando contaba sus chistes y siempre decía eso de "el hijoputa, parece que lo estoy viendo".
(Este comentario, a causa de su extensión, se compone de dos partes)
PRIMERA PARTE:
Por supuesto, tampoco yo tengo la menor intención de «sentar cátedra» (¡vaya locución más puñetera!), sino de echar un rato de humor y charla amistosa. Además, entrar en un Blog ajeno es como entrar en la casa de su autor; exige educación y cortesía en el invitado, y no intención de dar por culo, ni aun indirecta o disimuladamente.
En mi comentario sobre el vocablo «joioporculo» digo siempre «he oído» o «no he oído». Nunca diría «esto se debe decir», o «esto no se debe decir». De sobra sabemos que la lengua es una de las realidades más cambiantes de cuantas el ser humano maneja, y aquí aparece otro factor importante en las intervenciones de cualquiera de nosotros: nuestra generación nos condiciona de forma inevitable. Somos hijos de un pueblo y de un tiempo.
Yo, Schevi, vine al mundo al tiempo en que la columna del coronel Yagüe llegaba a Toledo y las Brigadas Internacionales a Madrid. En Palma, nuestro pueblo, el Moreno Ardanuy se cobraba en vidas humanas las vacas de Saltillo sacrificadas para alimento público durante el primer mes de guerra.
Mis años de formación fueron los del aislamiento internacional, las cartillas de racionamiento (con el estraperlo como secuela), el distanciamiento más radical entre las clases sociales del país (la opulencia y predominio de unos pocos frente a la miseria y servidumbre de otros, la mayoría), el pensamiento único (¡aquello sí que lo era, por imposición y fuerza, y no lo que ahora recibe esa denominación, ya sea aplicado al neoliberalismo o al pensamiento de Antonio Gramsci!) y tantas cosas que todos los de tu generación sabéis, aunque no las hayáis vivido (el peso en nuestro país de la guerra europea y la inmediata posguerra, principalmente).
Palma era un pueblo misérrimo, de paro estacional y jornales de hambre; quiero decir que no alcanzaban a remediar el hambre de los largos meses de paro. Los «diteros» prestaban a usura y las amortizaciones se llevaban la mayor parte de los míseros jornales cobrados en los trabajos de sol a sol durante la temporada de recolección. En Santa Ana, los nietos de «la Bizca» ―pero no sólo ellos― iban desnuditos por la carretera, con las barrigas hinchadas y las piernas delgaditas como palillos, propias del raquitismo que padecían. Cuando pasaban los camiones repletos de remolacha forrajera, renqueantes y dando tumbos por aquella infame carretera de Écija, camino de la Estación, procuraban asaltarlos y arrojar remolachas al suelo, de donde otros las recogían; una vez hervidas, constituían el remedio del hambre de toda la familia, como si de animales se tratara.
Finalmente, el aislamiento cultural del pueblo ―como, en parte, de toda Andalucía― era absoluto. Cuando yo venía de Madrid, algunos palmeños más formados que la media de la población, me preguntaban con vivo interés: «¿Qué hay por Madrid? ¿Qué se dice en Madrid de la situación?»
(Este comentario, a causa de su extensión, se compone de dos partes)
SEGUNDA PARTE:
Cuando tú naciste, después del año 60, calculo, el país era muy otro. En plena guerra fría, España había sido admitida en la ONU y Eisenhower había recibido el abrazo del dictador en el aeropuerto de Barajas, para desfilar ambos por todo el centro de Madrid en coche descubierto, aclamados por un público deseoso de ver el país normalizado por dentro y por fuera.
Los medios de comunicación, antes al alcance de una minoría, fueron extendiéndose y popularizándose; la radio primero, la televisión después. La «tele», sobre todo, cambió el modo de vida de los españoles. Fue el medio de propaganda más sutil y eficaz que encontró el régimen para crear ilusión de modernidad y progreso entre una multitud que antes se sentía ajena a la situación, cuando menos.
Pero voy al lenguaje, que es el punto de partida.
Andalucía ha seguido hablando el castellano con sus tradicionales modalidades diferenciadas según provincias y comarcas. Palma ha mantenido su fonética, distinta de la cordobesa e incluso de la de Hornachuelos o Posadas, como diferenciada también de la de Sevilla en el predominio del «seseo» sobre el «ceceo».
Creo, sin embargo, que los cambios en el vocabulario de las nuevas generaciones ha sido importante, ya sea por la adopción de nuevos vocablos o por el abandono de otros de uso tradicional.
Verás: cuando Pepe Lora era «Pepiyo» y yo «Huaquinito», y nos divertíamos los días de fiesta paseando por la calle Feria o el Paseo, con su admirable gracejo y sus chistosas ocurrencias, no me cuadra que dijéramos «hijoputa» ni «mariconcete», sino «hijolagranputa» o «mariconazo», que eran las formas de uso en nuestra tierra por aquel tiempo. Luego, como no podría ser de otra forma, los usos lingüísticos han ido cambiando deprisa, bajo la influencia de los medios de comunicación, cada día más invasivos en nuestras vidas.
«Mariconcete» es lo que se dice en Madrid; a mí, al menos me suena tan madrileño como «chico», «chica» ―usados como sustantivos y no con valor de adjetivo, como es lo propio de Andalucía―, «gilipollas» o «giliflautas». ¿Que ahora también se usa entre nosotros? No tengo nada que objetar, sino que la lengua y los usos lingüísticos más característicos del habla popular se extienden y pasan de unos lugares a otros. De igual manera que caen en desuso y acaban por olvidarse.
En tiempos de mi padre, los niños de Palma usaban un insulto que a mí me resultaba chocante y ridículo: «Malage, que tu padre está podrío». Para aquellos niños de la segunda década del siglo XX, en cambio, aquel insulto inocente era motivo de inflarse a tortas, como luego, en mi niñez, lo era decir «el coño tu madre», o bien su forma atenuada de «el coño tu hermana» (ignoro si se siguen usando).
Aquí dejo la monserga, querido amigo. Sólo reiterarte, junto con mi felicitación por tu iniciativa, que mi pobre contribución se hace siempre referida a mis recuerdos personales, al tiempo en que yo la recuerdo, y sin el menor ánimo de polémica o de corrección de aportaciones de otros amigos, pues en esta materia de la lengua y sus usos todas las aportaciones son valiosas y hasta necesarias.
La lengua, la bendita lengua, que es nuestra mayor riqueza.
La lengua, bendita lengua, sí, Octavio Junco. La lengua que nos sirve también de diversión, como pretendo hacer en este diccionario jocoso de verano, que me inventé una noche de juerga, cenando con los amigos, cuando alguien soltó una palabra mal pronunciada. Eso nos ha servido para que muchos me encarguen un comentario divertido de las palabras que recordamos como de nuestra familia, de nuestro pasado, o tal vez deformando otras escuchadas en nuestro ambiente familiar, en la infancia o en el trabajo.
Toda aportación bienintencionada y divertida es bienvenida, amigo. Espero que sigas pasando por aquí, que te guste lo que leas y que nos deleites con tus sustanciosas palabras, como las expresadas anteriormente. Un saludo.
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