jueves, 17 de junio de 2010

La crisis y el shopping



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El fenómeno outlet está de actualidad. Se conoce como outlet a un establecimiento comercial especializado en la venta de mercancías de marcas famosas, ya sean defectuosas o descatalogadas por el fabricante. Se da mucho en la moda, por tener productos que pierden competitividad al cambiar de tendencia de forma periódica (año o temporada). Aunque también los hay de electrodomésticos, motos, muebles, etc. Estos días pasados, como necesitaba una renovación de mi vestuario de verano, fui a una cadena de este tipo de comercio, en compañía de mi mujer y cuñadas.

Ir de tiendas es en sí mismo un trabajo penoso para un hombre. Pero es un tributo que tienes que pagar habitualmente. Estuvimos en Sevilla, en un Factory, un local de esta cadena de tiendas outlet de moda, situado cerca del aeropuerto de esta ciudad. No es la primera vez que vamos. Es todo un ritual. Esperar en las puertas a que abran. Entrar en la gran nave y correr la gente como en los reportajes de inicio de rebajas (aunque esté todo el año). Buscar la prenda que necesitas, o mejor aún, buscar entre decenas de expositores cualquier tipo de prenda que haya, con la convicción de encontrar algo mono, monísimo, a precio de risa. Doy fe que es posible, para quienes tienen la habilidad necesaria, claro. Para mí, es igual de complicado que ir a cualquier otro comercio o gran almacén. 

Encontramos lo que buscábamos. Yo al menos compré los pantalones que necesitaba. Mis acompañantes disfrutaron como siempre, comprando, probándose, preguntando a dependientes y dependientas, buscando, rebuscando, comparando precios, tamaños y calidades. Está claro, las mujeres se divierten de lo lindo en un centro comercial.

Como me conocen, hubo un momento en que me invitaron a sentarme, mientras esperaba que revolotearan alrededor de estanterías de zapatos, bolsos y otros productos, que tanto atraen la mirada femenina. Mi dañado pie izquierdo, tras más de una hora de idas y venidas por tiendas y pasillos, y tras haber finalizado mi compra personal, me indicó de manera poco suave que necesitaba un descanso. Y es aquí, en ese momento de relax, sentado en un relativamente cómodo sillón de los corredores que unen el objeto de deseo de todo comparador, cuando reparé en un detalle, que me hizo pensar. 

Este tipo de centros comerciales se puso de moda hace años, pues en ellos encontrabas a precios baratos prendas en otro momento de moda, más asequibles para bolsillos poco profundos, dispuestos a imitar la presencia e indumentaria de clases más elevadas. Son como los mercadillos que se instalan en pueblos y ciudades, en fechas señaladas, donde las economías  modestas encuentran la satisfacción de adquirir prendas de marcas desconocidas y fabricadas muchas veces en talleres anónimos, que imitan a las de moda.  Pero con tiendas de las marcas originales. En otras ocasiones en las que hemos estado en este u otros “factorys” hemos podido compartir el momento con los habituales compradores de esos mercadillos, ávidos de conseguir, en este caso, el pantalón, la camiseta, la camisa o el bolso de la marca XXX, tan de moda, pero tan inasequible, por sus precios. 

Sin embargo esta vez algo me llamó la atención. No vi a “canis”, ni “chonis”, corriendo pasillos como “farruquitos” posesos. Apenas, porque alguno sí. Pero lo que predominaba era un tipo de personaje diferente. Mientras esperaba en el pasillo, en frente un niño y una niña jugaban. Tenían ropa de marca, de moda. Iban bien vestidos y peinados. Cerca de ellos una señora de una treinta y tantos o cuarenta y pocos, de melena rubia (de tinte) y bronceado prematuro, enjoyada y arreglada, pero informal (vaqueros relucientes, blusa y gran bolso) esperaba en un sillón con cara de tedio. Llegó el que sería su marido, con el mismo tipo de indumentaria. Era la típica estampa de los componentes de la clase media alta (funcionarios de alto nivel, empleados directivos de banca o similares) que estaban pasando la mañana de sábado de compras. Los mismos que te encontrarías en las tiendas del centro de Sevilla (o de Madrid o Barcelona, o cualquier otra gran ciudad), pero las tiendas de alta gama, las originales, de moda, de actualidad. Y recordé que en las demás tiendas que componen el outlet el tipo de cliente que abundaba desde el momento en que entramos era el mismo, o muy similar. “La clase media, de mercadillo”, pensé. Los que antes poblaban las tiendas de Polo Ralph Lauren, Roberto Verino, Guess, Calvin Klein, Massimo Dutti, Tommy Hilfiger, u otros gurús de la moda, buscando ir lo más “in”,  “very fashion”, fuese al precio que fuese, ahora rebuscaban entre los restos y los productos descatalogados o defectuosos, con tal de seguir aparentando estatus. Y eran legión, frente a la minoría que representaban hace unos años en el mismo lugar. Como se nota la crisis. 

Ya se sabe, cuando han llegado las dificultades económicas, la mayoría ha empezado a desprenderse de hábitos superfluos, a prescindir de los lujos. Las empresas que viven de estos productos empezaron a sufrir los envites de la crisis antes que otros comercios, vendedores de artículos de primera necesidad. Y esta fórmula de ventas ha venido a salvar las cuentas de resultados de las que aún viven. Y también han permitido que la clientela que antes presumiera de lujo y ostentación, a la moda, ahora pueda mantener cierta apariencia de poderío, aunque sea con artículos ya pasados de moda, “out”. 

Es la consecuencia sociológica de la situación económica, la rebaja también en la ostentación. Los menos pudientes, ahora han conseguido cierta equiparación con los de clases altas. Pero irán más al mercadillo. Porque, eso sí, todavía sigue habiendo clases, y los más favorecidos siguen acudiendo a las grandes marcas. Ambos estamentos se darán cita en el mismo lugar de encuentro, alguna vez. Pero el socio del club de campo, ocupará el espacio del socio de la peña futbolística o motera, en los pasillos, que no en las tiendas. Ir de “shopping” al “factory” pasará a ser una muestra de relevancia social. Hasta que vuelvan los buenos tiempos. Vivir para ver. 

2 comentarios:

Alberto dijo...

todo un ritual sin duda, pero que hay que pasar (al menos una o dos veces al año)
yo lo odio y solo suelo comprar cuando veo algo que me gusta, sin hacer planes...
saludos

Francisco Javier Domínguez Peso dijo...

Bueno, Alberto, lo malo de comprar es que es necesario. La tiranía de la moda, empero, convierte lo superfluo en necesario. Y lo hace caro. Por eso el auge de este tipo de tiendas, porque abarata lo inmediatamente deseado pero caro e innecesario. Saludos.