Hemos tenido noticia de la confesión pública de los pecados de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos. Fue en un programa televisivo dirigido por uno de los predicadores evangélicos más seguidos en ese país. Repasando las contestaciones que dieron y el formato de las entrevistas, en el contexto de la iglesia regida por el reverendo, ante una multitud de fieles, deseosos de conocer sus propuestas y su vida privada, he recordado algunas cosas muy sugerentes.
Recordé un acto evangélico, hace muchos años que se desarrolló en el salón de plenos del ayuntamiento. Allí, tras la emisión de un película, se fueron desgranando por sus protagonistas, muchos testimonios (sospechosamente similares) de pecadores: todos tuvieron relación con las drogas, la delincuencia, la prostitución y las prácticas homosexuales. Y todos terminaron “liberados” gracias a su fe, que fue exaltada con los habituales cánticos.
La confesión de los pecados, para los católicos, es un acto íntimo. Es un sacramento en el que el pecador se redime al ponerse en contacto con su dios para pedir perdón, tras reconocer su culpa, mediante la intervención del sacerdote (que es quien impone la pena a cumplir, la penitencia), pero en privado.
Para los evangélicos, las confesiones son públicas, en asambleas masivas. No hay penitencia, la fe (que se cree perdida o traicionada con el pecado) una vez recuperada en público y manifestada en la asamblea, por sí misma, redime al pecador.
Recordé un acto evangélico, hace muchos años que se desarrolló en el salón de plenos del ayuntamiento. Allí, tras la emisión de un película, se fueron desgranando por sus protagonistas, muchos testimonios (sospechosamente similares) de pecadores: todos tuvieron relación con las drogas, la delincuencia, la prostitución y las prácticas homosexuales. Y todos terminaron “liberados” gracias a su fe, que fue exaltada con los habituales cánticos.
La confesión de los pecados, para los católicos, es un acto íntimo. Es un sacramento en el que el pecador se redime al ponerse en contacto con su dios para pedir perdón, tras reconocer su culpa, mediante la intervención del sacerdote (que es quien impone la pena a cumplir, la penitencia), pero en privado.
Para los evangélicos, las confesiones son públicas, en asambleas masivas. No hay penitencia, la fe (que se cree perdida o traicionada con el pecado) una vez recuperada en público y manifestada en la asamblea, por sí misma, redime al pecador.
Está en alza la vuelta a las esencias religiosas que dieron origen a los Estados Unidos y son tan fuertes que provocan espectáculos como el vivido por los dos candidatos presidenciales. Los pioneros de las colonias inglesas en América del Norte huían de la visión oficial de la religión en sus países de Europa, y, sin embargo crean un Gulag religioso, cuyas consecuencias podemos recordar con episodios, como la caza de brujas, retratada por Arthur Miller en su obra “Las brujas de Salem” , que supone un amplio sector de la población, y los votantes.
Este interrogatorio, muy en la línea de las confesiones públicas, como las que oí en el salón de plenos, guarda también gran similitud con los procesos judiciales previos a las purgas estalinistas , o a las condenas públicas en China, especialmente en la revolución cultural maoísta. Se redime (o "reeduca") el traidor cuando confiesa públicamente su culpa y es condenado, unas veces con el oprobio, otras con penas complementarias, como el internamiento en “campos de reeducación” (campos de trabajos forzados o de concentración). También se cree en que esta confesión pública cambia al delincuente traidor (movido por los bajos instintos envenenados por el capitalismo o el revisionismo de la verdadera doctrina comunista) haciéndole volver a la ortodoxia.
Esto desvela el carácter místico-religioso (teológico) de los totalitarismos. Mao llegó a sostener: “los intelectuales son los más ignorantes, todos los grandes resultados intelectuales fueron el producto de jóvenes relativamente instruidos y la admiración por la tecnología es un fetichismo”. El totalitarismo ve como enemigo a la inteligencia, que se aparta de su visión mística-revolucionaria. Y el fin último de aquellos pioneros es también totalitario. Los que aspiraban a vivir en un nuevo e imaginario mundo, ya sea en la isla de Utopía o en la nueva Jerusalén, llevaron el germen de la persecución y el fanatismo, que periódicamente resurge en la sociedad. Como se vio en esta comparación de personalidades, ante un jurado severo y intolerante. Da miedo, es muy peligroso este resurgir evangélico y sus métodos de confesión, como medio de propagación de los idearios políticos.
5 comentarios:
Jolín, qué miedo da esto. Casi prefiero rezar un padrenuestro e irme a casita tan tranquila.
Un saludo
Vaya, como para rezar un padrenuestro, no creo. Lo cierto es que son un porcentaje pequeño estos fanáticos, pero muy influyentes sí, como para conseguir estas confesiones. Tampoco los católicos son muy de fiar. Pero la extrema derecha yanqui existe y se nutre del pensamiento y los votos de estos grupos religiosos. Son los que hasta ahora han hecho que ganen los republicanos, aunque luego, en el poder, no llegan a los extremos que exigen sus mentores...por ahora. Veremos qué pasa en noviembre.
Perdón quise decir "lo cierot es que NO son un pequeño porcentaje...."
A mi me gusta confesarme en la intimidad, me juzgan menos, y el de arriba supongo que me perdonará igual.
Saludos!
Hiperión, si eso te apetece más, no tengo nada que objetar. Me parecen mal, precisamente, esas asambleas donde se juzga y condena en público, de forma obscena, con saña a veces.
Los extremos se tocan, se dice, y yo con este post he querido demostrar esto, poniendo en evidencia que los enemigos (la extrema derecha yanki, evangélica, y la extrema izquierda, maoísta o stalinista) tienen el mismo peligro en su interior, el uniformismo, el tatalitarismo colectivista, impuesto hasta en lo más íntimo.
Saludos.
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