Fue a fines del siglo XIX cuando se pone de moda ir a las playas a tomar los baños, sobre todo en las clases acomodadas y la aristocracia, que tienen la oportunidad de viajar, porque tienen vacaciones y dinero que gastar en ocio y diversión. La realeza española puso en el candelero las playas del norte peninsular. Santander y San Sebastián se convirtieron en destinos copiados por la nobleza y la burguesía, que han dejado un patrimonio arquitectónico importante gracias a sus inversiones en inmuebles en esta costa cantábrica.
En San Sebastián, el Palacio de Miramar fue construido a instancias de la regente María Cristina, viuda de Alfonso XII. Lo visitamos el año pasado, recorriendo sus jardines, que permiten contemplar unas buenas vistas de la playa y la Bahía de La Concha.
Esta playa de La Concha, una de las cuatro, además de Zurriola (en el barrio de Gros), la de la isla de Santa Clara y la de Ondarreta, tal vez sea la más conocida de San Sebastián. En el palacio, la casa real estableció su residencia de verano, para poder disfrutar del mar y tomar los baños.
La fisonomía de la playa se adaptó a esta costumbre, floreciendo casetas para cambiarse la ropa por el bañador, las sombrillas o toldos para protegerse del sol, las pasarelas para no pisar la arena o las maromas para sujetarse quienes no pudieran nadar o tuviesen miedo al agua.
Hoy día algunos elementos típicos de entonces no los encontramos en las playas que se pusieron de moda con la aparición de la clase media y la posibilidad de las clases bajas de disfrutar de la playa por tener vacaciones pagadas. Sin embargo en el norte sí perviven las casetas o los toldos, como vemos en San Sebastián o vimos también en la vecina francesa de San Juan de Luz, en nuestro viaje de este año.
También los atuendos para el baño han cambiado mucho, dejando atrás los trajes de baño de lana que cubrían casi todo el cuerpo, no solo por imperativos de la moral impuesta, sino por la falta de costumbre de tomar el sol, cosa que sí se impuso en los años sesenta o setenta.
Hoy he topado con algunas fotos antiguas de playas y las que me han llamado más la atención han sido unas que recogen algo ya desaparecido: la caseta rodante que tuvo el rey Alfonso XIII en San Sebastián. Este pabellón se deslizaba por raíles, como los trenes, y llevaba al rey y a sus acompañantes directamente al agua. Así no tenían que mezclarse con la gente y podían bañarse sin tocar la arena. Hasta en esto eran privilegiados. Desde luego, los gustos artísticos y el diseño de la época también eran de lo más exóticos, para los pudientes. Otros, menos acaudalados, incluso les imitaron, aunque contentándose con algo más rústico. Esto hoy ya no se verá.
La fisonomía de la playa se adaptó a esta costumbre, floreciendo casetas para cambiarse la ropa por el bañador, las sombrillas o toldos para protegerse del sol, las pasarelas para no pisar la arena o las maromas para sujetarse quienes no pudieran nadar o tuviesen miedo al agua.
Hoy día algunos elementos típicos de entonces no los encontramos en las playas que se pusieron de moda con la aparición de la clase media y la posibilidad de las clases bajas de disfrutar de la playa por tener vacaciones pagadas. Sin embargo en el norte sí perviven las casetas o los toldos, como vemos en San Sebastián o vimos también en la vecina francesa de San Juan de Luz, en nuestro viaje de este año.
También los atuendos para el baño han cambiado mucho, dejando atrás los trajes de baño de lana que cubrían casi todo el cuerpo, no solo por imperativos de la moral impuesta, sino por la falta de costumbre de tomar el sol, cosa que sí se impuso en los años sesenta o setenta.
Hoy he topado con algunas fotos antiguas de playas y las que me han llamado más la atención han sido unas que recogen algo ya desaparecido: la caseta rodante que tuvo el rey Alfonso XIII en San Sebastián. Este pabellón se deslizaba por raíles, como los trenes, y llevaba al rey y a sus acompañantes directamente al agua. Así no tenían que mezclarse con la gente y podían bañarse sin tocar la arena. Hasta en esto eran privilegiados. Desde luego, los gustos artísticos y el diseño de la época también eran de lo más exóticos, para los pudientes. Otros, menos acaudalados, incluso les imitaron, aunque contentándose con algo más rústico. Esto hoy ya no se verá.
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