Una vez cargadas las pilas en nuestro viaje a Baeza y Úbeda (joyas de la arquitectura renacentista andaluza), vuelvo a escribir. Tengo varias cosas en la cabeza, pero iré desgranándolas poco a poco.
Lo primero la vergüenza. Sí, la sentida tras la suspensión del partido Betis-Ath. de Bilbao del sábado pasado, por la agresión de un energúmeno de la afición bética al portero vasco. Menos mal que los aficionados colaboraron con la policía para detener al agresor, en lugar de protegerlo entre la masa. Es lo único plausible. Pero, que se sigan produciendo hechos así, es impresentable. Hay que acabar con los delincuentes en el fútbol (como en la sociedad en general). Y con los fascistas, de camisa o corazón.
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