De pequeñito mi madre me contaba una leyenda o cuento. Había un hombre al que se lo comió un lobo. Y ese lobo se fue a la Luna, donde quedó encerrado para siempre el hombre. Por eso vemos cómo la Luna, cuando está llena, nos muestra la cara de un hombre, el que se comió el lobo, que nos mira como pidiendo ayuda para que lo liberemos de su exilio tan lejano. Por eso los lobos aúllan a la Luna. Yo miraba a la Luna con miedo, con miedo de que viniera un lobo y me comiera. O con miedo de que el hombre se escapara y nos castigara por no haberle liberado de su celeste prisión.
La cara, como sabemos, no es tal, sino las sombras que se forman por los accidentes de su superficie. Fruto de miles de años de ataques de meteoritos, asteroides y otros viajeros celestiales, que chocan con su árida corteza, formando cráteres, oquedades y otros desperfectos, al no disponer de atmósfera que frene los impactos. Ese conjunto de fenómenos hacen que, desde la Tierra, lo veamos como una imagen que recuerda, echando imaginación, un rostro humano.
Nosotros teníamos en casa unos gemelos, muy antiguos, de latón, con poco aumento, un modelo de esos anteriores a la aparición de los prismáticos. Y también un catalejo, más moderno, de plástico, también con poco aumento. Miraba muchas veces con ambos instrumentos la Luna, esperando ver mejor nuestro satélite. Eso era fruto de la relación amor-odio que durante mucho tiempo mantuve con la Luna. Odio, tal vez, por el recuerdo del cuento del lobo, por el miedo a mirar fijamente a este cuerpo astral, por estar tantas veces presente, como espiándote, como vigilándote, ejerciendo una superior autoridad agobiante e inquisidora. Amor por la curiosidad que me provocaba, por la belleza con la que envolvía a los objetos cotidianos de mi casa, al iluminarlos con su brillo plateado, haciendo de ellos nuevos compañeros de habitáculo, dotados de un espíritu, oculto, sin embargo, al darles la luz solar. Lo que antes eran estorbos, obstáculos de día, con luz de luna eran amigos que te prestaban su compañía en las noches entre las plantas y árboles del huerto, en los tejados y entre los muros de tierra.
Era la Luna un protagonista más de mi infancia y adolescencia. Y era la Luna de octubre la protagonista especial. La Luna llena que se acerca a noviembre, la luna que anticipa el día de los difuntos. La Luna que abría las puertas del "otro mundo", para que los espíritus de los muertos nos visitasen de nuevo. La que festejaban nuestros antepasados, esos que se regían por normas anteriores al dichoso Halloween (en realidad fiesta cristiana, de los que veneran al Sol Invictus del 25 de diciembre), donde la Luna era el canon, la medida del tiempo. Esa, esa era la que más me conmovía, sosegaba, inspiraba, la que me inducía a la introversión y a la comunicación íntima con los elementos del ambiente del alrededor, al mismo tiempo.
Ayer vi de nuevo esa Luna llena, pletórica, orgullosa, misteriosa, enorme, brillante, salir detrás del horizonte, para elevarse soberana por el firmamento. Y no me pude resistir a captar su imagen, como para encerrarla y someterla a mi favor. Y para mostrárosla, y que la disfrutéis.
5 comentarios:
Bueno, a mí también me han considerado siempre algo lunático. La foto la pillé demasiado tarde. Era cuando estaba recogiendo la colada ayer. Al subir a la azotea estaba espléndida, justo encima del horizonte. Cuando bajé y fui por la cámara ya se había elevado y menguado de tamaño. Lástima que no tenga una cámara con gran angular y un zoom en condiciones: se hubiesen captado los detalles. Pero, aún así, era una gozada contemplarla.
Saludos.
Y es que la luna es muy importante en nuestras vidas, querido amigo. Los años deberían ser lunares; es decir compuestos de meses de 28 días, en lugar de este absurdo calendario de meses irregulares.
Porque vamos a ver: ¿cuántos meses dura la gestación de los seres humanos, nueve meses gregorianos o diez meses lunares? Lo último, sin duda: 280 días, por lo regular.
El día en que Jesús de Galilea fue crucificado a causa de la intolerancia de la ley mosaica y del imperialismo romano, era de plenilunio; o sea, que la noche de ese día brillaba la luna llena. De ahí que el viernes santo de cada año tenga que coincidir con esa fase de la luna, y de ahí también que las fechas de la Semana Santa bailen de un año para otro (la Iglesia pone en juego un complicado sistema de cálculo basado en la "epacta" o número de días en que el año solar excede al lunar de doce lunaciones, o bien el número de días que la luna de diciembre tiene en el día primero de enero, contados desde el último novilunio).
Y esto me trae a la memoria el tema de las festividades religiosas, que siguen rigiendo el calendario laboral de los españoles, a despecho de la pretendida laicización o, al menos, secularización proclamada por nuestros poderes públicos.
Pero, si me lo permites, dejo este último apartado para más tarde, porque es la hora del culebrón de la 1ª cadena, o RTVE, titulada "Amar en tiempos revueltos" que veo, sin excusa alguna, en familia.
Un saludo y hasta luego.
Bueno, amigo Octavio, Jesús fue crucificado durante la Pascua judía, que conmemoraba la salida del cautiverio desde Egipto. La pascua católica coincide con la judía, pero con los nuevos elementos de la nueva religión. Los otros cristianos, ortodoxos y protestantes, al utilizar otro calendario, no el gregoriano, no suelen celebrar la pascua en las mismas fechas. Para celebrar la pascua judía es cuando originariamente se usa el calendario lunar: los hebreos cruzaron el mar Rojo en luna llena, parece. Y esta costumbre pasó al cristianismo. De todas maneras el calendario gregoriano (y el juliano anteriormente, que es el que siguen usando los ortodoxos) es de raíz solar, no lunar, como solar es la categoría religiosa entre las que se incluye al cristianismo. Sus influencias helenísticas y buena parte de sus mitos y ritos, heredados del Mitraísmo, así lo corroboran. Por ello la Luna ya pierde definitivamente (tras ser relegada por los romanos, aunque no olvidada) su papel en la cultura espiritual y hasta práctica en el mundo occidental. Eso hace que nos sintamos "incompletos", ante hechos de la vida cotidiana, como los que mencionas, que no tienen encaje perfecto en la cultura de los ciclos agrícolas, acomodados a nuestras estaciones, obra de la influencia del Sol sobre la Tierra en nuestras latitudes.
Espero tus comentarios sobre las fiestas españolas y la laicidad.
Un saludo.
Esta parte de mi comentario a tu selenofilia (amor a Selene) me lleva al tema de las festividades, donde fuí a parar anteriormente.
Y es que hoy ha sido fiesta no laborable en Córdoba, ya que ayer, domingo, el santoral católico celebraba el día de San Rafael.
Y no he podido evitar una reflexión crítica acerca de lo que considero un proceder contrario al propósito secularizador de nuestro Gobierno.
Porque, vamos a ver, si la festividad del arcángel San Rafael es tradicional en la ciudad de Córdoba y los fieles cordobeses suelen acudir ese día a venerar su imagen a la iglesia del Custodio, ¿qué significado tiene el traslado de la fiesta laboral al día siguiente, lunes?
Yo he vivido días de festividad católica en los Estados Unidos (en Washington, D.C., principalmente), en las que los fieles íbamos a la iglesia cuando terminaba la jornada laboral; es decir, después de trabajar como cualquier día entre semana. Me refiero a fiestas religiosas tan señaladas como el 6 de enero (la Epifanía del Señor, de los Reyes Magos), o el Jueves y Viernes Santo.
Por supuesto, ni soñar con celebrar mediante holganza laboral ningún santo patrón o patrona, que eso no existe en aquella sociedad, por otra parte tan religiosa.
Sospecho que aquí, entre nosotros, se pueden quitar símbolos religiosos que han estado presentes en lugares civiles durante muchísimo tiempo, pero no se puede suprimir la festividad laboral asociada a las festividades religiosas tradicionales.
Vamos que ¡de ir a trabajar, nada! ¡Y si, además, tenemos la suerte de enlazar dos, tres, o los días que caigan, en lo que llamamos un "puente laboral" (ahí está el puente de la "Inmaculada Constitución", en diciembre, como supremo desatino en un país -el nuestro- cuya economía requiere mejorar en competitividad, frente a nuestros vecinos y socios de la U.E.)
En definitiva, que el tema del comentario me ha obligado a pensar, por enésima vez, en la extraña incoherencia que caracteriza a eso que llamamos nuestra "cultura".
Comparto tu opinión, Octavio. No tiene sentido elaborar un calendario laboral con festividades religiosas. La sociedad española cuenta en la actualidad con miembros de diversos credos, con celebraciones propias. ¿Habría que incluirlas en el calendario?. Puede que sí, puede que no. Lo que es o sería una barbaridad es que todos esos devotos reclamasen como "no laborables" sus numerosas y diversas celebraciones. ¿Cuando trabajaríamos? Siempre he sido partidario de sacar de lo público lo religioso. Debe quedar en el ámbito privado. El ejemplo que pones de Estados Unidos me parece de lo más correcto: que cada cual acuda a los oficios que quiera, fuera del horario laboral, común para todos.
Recuerdo en las negociaciones de los convenios colectivos con los trabajadores del ayuntamiento la discusión de por qué suplementar el sueldo de quienes trabajan en domingo. Lo justo es el respeto del descanso semanal, sea cuando sea. El que se cobre un plus por trabajar en domingo es un atavismo, y una injusticia con los que tienen otro día de la semana como sagrado. Los descansos deben repartirse con criterios de justicia y de productividad, respetando el necesario descanso para compartir con la familia y reponer energías. Lo demás es mantener desigualdades no razonables en sociedades plurales como la nuestra.
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