Hace unos días se ponía en funcionamiento el puente que sustituye al viejo puente de hierro, que fue inaugurado en 1885 por la Regente María Cristina. Tres años después, en 1888, la misma María Cristina de Habsburgo-Lorena, viuda de Alfonso XII y madre del futuro rey Alfonso XIII, concedía el título de ciudad a Palma del Río. El próximo 31 de Enero se cumplirán 120 años desde que Palma dejó de ser villa y pasó a ser ciudad. Con el nuevo puente sobre el Guadalquivir pasábamos del siglo XIX al siglo XXI, de golpe. Aquel 31 de enero pasábamos, con este nombramiento, de ser villanos a ciudadanos.
Según el diccionario de la Real Academia, en su primera acepción, villano es Vecino o habitador del estado llano en una villa o aldea, a distinción de noble o hidalgo; y en su tercera Ruin, indigno o indecoroso. Por su parte ciudadano, en su primera acepción, es Natural o vecino de una ciudad; y en su tercera, Habitante de las ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país; y en el cuarto, Hombre bueno.
Curiosamente hay un paralelismo entre los respectivos significados, el primero describe, el otro valora: villano tiene una valoración negativa, ser ciudadano supone un plus de libertad, de virtudes convivenciales, de autodeterminación y modernidad. Eso, teóricamente, pasó hace 120 años: reafirmamos nuestra libertad y el paso a la modernidad. Teóricamente, (algo muy propio del utopismo liberal) porque muchas veces, al tratar tanto con vecinos, políticos, sindicalistas, empresarios, sacerdotes, profesionales, etc., uno tiene la impresión de que seguimos siendo villanos...pero en su tercer sentido. Y nos queda todavía mucho para ser, de verdad, una ciudad.
Según el diccionario de la Real Academia, en su primera acepción, villano es Vecino o habitador del estado llano en una villa o aldea, a distinción de noble o hidalgo; y en su tercera Ruin, indigno o indecoroso. Por su parte ciudadano, en su primera acepción, es Natural o vecino de una ciudad; y en su tercera, Habitante de las ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país; y en el cuarto, Hombre bueno.
Curiosamente hay un paralelismo entre los respectivos significados, el primero describe, el otro valora: villano tiene una valoración negativa, ser ciudadano supone un plus de libertad, de virtudes convivenciales, de autodeterminación y modernidad. Eso, teóricamente, pasó hace 120 años: reafirmamos nuestra libertad y el paso a la modernidad. Teóricamente, (algo muy propio del utopismo liberal) porque muchas veces, al tratar tanto con vecinos, políticos, sindicalistas, empresarios, sacerdotes, profesionales, etc., uno tiene la impresión de que seguimos siendo villanos...pero en su tercer sentido. Y nos queda todavía mucho para ser, de verdad, una ciudad.
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