En cierta red social, Facebook, se ha puesto de moda publicar un resumen del año que acaba. Yo no lo voy a hacer, porque se basa en las publicaciones o fotografías que la propia red selecciona a base de los consabidos "me gusta" o por el número de comentarios publicados en ellas. Como a los demás miembros, a mí me ha ofrecido mi resumen, o mejor, resúmenes (he visto varios), pero no me han gustado. Creo que el año ha quedado bien reflejado en todas las publicaciones, no en el balance hecho por una máquina, según sus algoritmos.
En mi blog pasa igual. El año está en su publicaciones, en sus entradas. No voy a hacer ningún resumen. Basta con pasearse por el índice cronológico para encontrar lo publicado. O seleccionar entre las etiquetas. De lo que realmente nos ha ocurrido en el año que termina, haya tenido o no reflejo en el blog, destaco que en el año que acaba he tenido trabajo, cosa no baladí. Que han ocurrido cosas positivas y otras no. He terminado, por ejemplo, una carrera universitaria, que tuve durante años, muchos años, abandonada. Incluso aprobé alguna oposición, quedando el primero, aunque no obtuve la plaza a la que aspiraba, gracias a los méritos del concurso (menos abundantes que los de otros). La familia ha aumentado por un lado, pero por otro nos han dejado seres queridos. Sigo felizmente casado (aunque en el resumen de Facebook que comentaba pareciese que acabara de casarme). En lo político hemos vivido hechos insólitos (la abdicación real o varios encarcelamientos por corrupción), con hechos positivos y otros negativos (siguen los recortes, los retrocesos en libertades, la emigración, la pobreza, el paro, los desahucios...). Años de penurias, de crisis a todos los niveles, sin un horizonte claro por delante. Aunque seguiré como atento observador, a costa de cualquier riesgo.
Todo demuestra que la vida sigue su curso, como una moneda con dos caras, la cara y la cruz. Para mal y para bien. Como Jano Bifronte, mirando atrás y, al mismo tiempo, hacia adelante, nos encaramos a empezar un nuevo año, el 2015 de la era cristiana. Y deseamos entrar en el nuevo ciclo de 365 días lo mejor posible. Con el íntimo deseo de que ese buen tránsito se prolongue el resto del año. Los humanos somo así. Ponemos fronteras, también temporales, a nuestro capricho y pretendemos que cada final de una etapa signifique el fin de lo negativo que ella tuvo, para que el principio de la nueva se convierta en un tiempo mejor. Nunca estamos satisfechos.
Da igual que el año empiece el uno de enero como que fuese en abril, como era siglos atrás; que contemos desde la fundación de la ciudad (ab urbe condita), como hacían los romanos, o desde el supuesto año de nacimiento del hijo de un Dios venido de Oriente Medio. Siempre lo empezamos con el anhelo de que el tiempo nuevo nos depare mejores acontecimientos que los que hemos vivido. De ahí que se repita una y otra vez el rito de desearse ¡Feliz año nuevo!
No seré yo quien rompa la cadena. Nos vestiremos con nuestras mejores galas, brindaremos y nos regalaremos besos y abrazos. Me uniré al conjuro colectivo y repetiremos como un mantra, en espera de que en verdad se cumpla algún día, eso de ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz 2015! ¡Feliz 2769! (ab urbe condita).
Todo demuestra que la vida sigue su curso, como una moneda con dos caras, la cara y la cruz. Para mal y para bien. Como Jano Bifronte, mirando atrás y, al mismo tiempo, hacia adelante, nos encaramos a empezar un nuevo año, el 2015 de la era cristiana. Y deseamos entrar en el nuevo ciclo de 365 días lo mejor posible. Con el íntimo deseo de que ese buen tránsito se prolongue el resto del año. Los humanos somo así. Ponemos fronteras, también temporales, a nuestro capricho y pretendemos que cada final de una etapa signifique el fin de lo negativo que ella tuvo, para que el principio de la nueva se convierta en un tiempo mejor. Nunca estamos satisfechos.
Da igual que el año empiece el uno de enero como que fuese en abril, como era siglos atrás; que contemos desde la fundación de la ciudad (ab urbe condita), como hacían los romanos, o desde el supuesto año de nacimiento del hijo de un Dios venido de Oriente Medio. Siempre lo empezamos con el anhelo de que el tiempo nuevo nos depare mejores acontecimientos que los que hemos vivido. De ahí que se repita una y otra vez el rito de desearse ¡Feliz año nuevo!
No seré yo quien rompa la cadena. Nos vestiremos con nuestras mejores galas, brindaremos y nos regalaremos besos y abrazos. Me uniré al conjuro colectivo y repetiremos como un mantra, en espera de que en verdad se cumpla algún día, eso de ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz 2015! ¡Feliz 2769! (ab urbe condita).