Entre los espacios más
legendarios que recuerdo de la niñez estaba el Recinto
Amurallado con todos los edificios que contenía en su interior.
Que Palma contase con una muralla, casi completa, era y es un lujo.
Además, dentro de su perímetro encontrábamos edificios y lugares
muy interesantes, impregnados de recuerdos.
Si subía desde la calle
José de Mora, mi antigua residencia, por Violante y Jorge,
entrábamos en La Fuentecilla de los Frailes, junto al Calerín
de la familia Jerez, dejando atrás Santo Domingo, la calle y el
Convento. En la calle de la Fuentecilla había unas casas, que luego
fueron derribadas para dejar al descubierto la muralla original y
diseñar una placita donde se ha recreado la “fuente” con un
nuevo pilón. Para entrar en el recinto se franqueaba un arco, junto
a una torre, donde estuvo muchos años un depósito para su
uso por Industrias Ortiz, que felizmente se desmontó después. Esta
entrada da a la calle Santa Clara, llamada así por
encontrarse aquí el convento del mismo nombre. Y por el lado
interior está adornada con un mosaico de azulejos con la
figura de la Virgen.
Del convento de Santa
Clara recuerdo muy poco, pues fue abandonado por las monjas de
clausura a finales de los años sesenta. Alguna vez estuve en
la iglesia, en misa. La imagen de las monjas, totalmente cubiertas
con un velo, como espectros silenciosos agolpados tras las rejas del
coro bajo que velaba por su confinamiento, es lo que se me ha
quedado, además del patio de la entrada del convento (donde estaba
el torno) y la entonces casa del santero.
Posteriormente he entrado
más de una vez, antes de que el ayuntamiento se empeñase en su
restauración. Durante los años que estuvo abandonado el gamberrismo
se cebó en sus estancias. Menos mal que se hicieron obras para
proteger el claustro y su techumbre, pues se habría perdido,
dejándonos sin esa preciosa joya arquitectónica. Éste se convirtió
en un lugar de leyenda, nada extraño debido a su origen. Hay quien
hasta llegó a hablar conmigo para hacer un experimento de
psicofonías, debido a las historias de muertos enterrados allí
(monjas, sus presuntos ilegítimos hijos, nobles, infantes del
Auxilio Social...), aunque se olvidó y no se hizo el experimento.
Frente al convento
estaban, como dije antes, las
instalaciones de Industrias Ortiz,
una empresa que fabricaba y comercializaba
aceite. Me han
hablado de la zanja pestilente que contenía los
alpechines de
esta fábrica, de sus restos en la calle Río Seco, de sus
inconvenientes. No recuerdo cuándo despareció de allí, aunque
estaba en activo en mis primeros años de vida. La imagen de un joven
Jesús Morales, con su barba a lo Fidel Castro (como decía mi padre)
y portando latas de aceite en un
isocarro
(o vehículo similar) es de lo poco que creo recordar de aquel
tiempo. Solo tengo claro que en sus naves, pasados muchos años ya,
los integrantes del grupo de jóvenes que organizaban los viajes en
Semana Santa a la Comunidad de
Taizé,
celebraron allí más de una fiesta para recaudar fondos, y que
asistí a alguna. Posteriormente ese terreno fue adquirido por el
Colegio Inmaculada para ampliar sus instalaciones deportivas, dejando
solo el muro perimetral. Y allí también se han representado algunas
obras en varias ediciones de la Feria de Teatro en el Sur.
Seguidamente entramos en
la calle
Cardenal Portocarrero, nombre en memoria del
arzobispo
de
Toledo y Gobernador de España durante el reinado de
Carlos
II, el hechizado, y en la ausencia de Felipe V, durante la
Guerra
de Sucesión, nacido en Palma del Río, de la familia de los
Condes de Palma, y en cuya memoria el ayuntamiento palmeño creó las
Jornadas de Historia
con su nombre. Lo primero que vemos es la
Parroquia de la
Asunción, donde fui bautizado, a la que acudía los domingos,
llevado por mi madre, a misa, y donde hice la primera comunión de la
mano del famoso cura Don Carlos Sánchez. Otros curas de entonces
fueron Don Francisco, el de las vacas, y Don
Virgilio.
Entonces había un seto que delimitaba un ensanche de la calle en la
entrada a la iglesia, además de los arriates con palmeras y otras
plantas, junto a las naves de Industrias Ortiz, que todavía se
conservan (los últimos), aunque mejorados. La iglesia sufrió el
derrumbe del
techo en los años setenta, siendo
arreglado. Siempre me llamó la atención la imagen de una
Virgen
negra en una de sus capillas, algo misterioso y esotérico.
Siendo ya mayor supe que se trataba de la Virgen de la Cabeza.
También las varias tumbas que había en su suelo, una de ellas
perteneciente al enterramiento de un Comisario de la
Santa
Inquisición en Córdoba, D. Alonso Gamero Duque y Peñaranda.
También las puertas interiores de la iglesia tienen el escudo del
Santo Oficio, como ha publicado un
blog (del que he tomado la foto de la puerta). Esta iglesia
barroca del siglo XVIII sustituyó a la
posiblemente
gótica medieval que fue derribada por su estado
ruinoso. A fines de los setenta, alguna de las habitaciones que hay
en la planta alta sirvieron de salas de reunión para el nacimiento,
primero, y la vida posterior, durante algún tiempo, de la
Asociación Cultural “Vientos del pueblo”, de la que fui uno
de los fundadores y miembro hasta prácticamente su desaparición en
la segunda mitad de los ochenta. De aquel tiempo, en la Transición,
en el que tuve mucho contacto con esta institución guardo buenos
recuerdos de los curas Rafa (Rafael Caballero), Sebastián (Sebastián
Sánchez, fallecido ya) y de un joven llamado Manolo Vida, que se fue
a Córdoba.
Junto a la Parroquia
damos con el
Palacio de los Portocarrero. El palacio estuvo
durante bastantes años en estado de
abandono, desde los años
sesenta. Alguna vez entré con mi madre, pues conocía a una familia
que vivía en las casas de los guardas (junto a la Parroquia), ya que
ella trabajó para la familia
Moreno de la Cova en su
juventud, parientes de los propietarios del palacio (allí estuvieron
los tristemente famosos
“Corralones
de Don Félix”, donde fueron fusilados muchos palmeños,
cuando la entrada de las tropas nacionales en agosto de 1936).
También vi una vez la
carpintería que allí se alojó un
tiempo, en uno de los patios. Ahora, tras diversas obras, ha sido
recuperado y se usa para celebraciones diversas. Incluso se rodó
buena parte de la película de Ridley Scott
"El reino de los cielos". El palacio presenta varias partes con estilos y épocas diferenciadas. Destacan sus patios, los jardines y el
balcón renacentista que da a la Plaza de Andalucía.
Frente a una de las
fachadas del Palacio en la calle Cardenal Portocarrero, están las
Caballerizas, junto a unas naves ruinosas que escondían un
aljibe medieval, cerca de la Puerta del Sol. En mi
niñez en esa construcción vivían varias familias, una de las
cuales tuvo un hijo que fue compañero mío en la escuela de Antonio
G. Chaves (la del Patronato del Frente de Juventudes). Este edificio,
junto con el aljibe y algo más fue cedido al ayuntamiento cuando se
edificó el solar resultante de la demolición de aquellas naves y
corralones abandonados, donde se construyó en los ochenta las únicas
viviendas modernas que hay allí, por no haber normas
urbanísticas que protegieran el conjunto histórico.
La
Muralla la
recorrí alguna vez, entrando por la Capilla de las Angustias. De la
otra puerta principal del reciento ya hablé en el post sobre el
Arquito
Quemado. Así como de la
alcazaba o castillo que
estuvo en la
Mesa
de San Pedro, y sus
leyendas, lugar de juego
frecuentado por muchos palmeños de mi generación, tras la
desaparición de los famosos chozos que allí hubo.
Decía al principio que
este recinto y los edificios que engloba son un lugar
interesante.
Fue el
germen del
casco urbano de la Palma que conocemos.
Allí empezó, intramuros, junto a su arrabal, el crecimiento y la
historia de nuestra ciudad. Palma tuvo una población escasa, pero
diversificada. La población
morisca fue muy
importante, al unirse, después de la Reconquista, a los antiguos
pobladores musulmanes (mudéjares) un grupo procedente de
Gumiel de
Izán (Burgos), traído por Micer Egidio Bocanegra, que disfrutaron
de fuero propio, y constituyeron una de las comunidades moriscas más
importantes de Andalucía, en la segunda mitad del siglo XV. Se sabe
que hubo una zona, llamada el “barrio nuevo”, antes la
morería,
extramuros, cercana al Hospital de San Sebastián, por uno de los
documentos conservados en su archivo (Revista
Ariadna número 9,
página 13).
También se asentó una
importante comunidad
judía, sobre todo a partir la huida de
muchos judíos cordobeses tras los asaltos a las juderías a fines
del siglo XIV y el siglo XV (éstos
conversos,
en 1473). De los judíos sabemos poco, aunque se conservan documentos
que prueban su presencia y posesiones. Sabemos que su
Sinagoga
estaba en el interior del Recinto Amurallado, intramuros, como vemos
en un documento del Archivo del Hospital de San Sebastián, junto a
una casa cuyo propietario tiene nombre musulmán, Çuleman
(¿Suleimán?) Açequily (Revista
Ariadna
número 9, páginas 13 y 77).
También sabemos de la
presencia de la
Santa Inquisición en Palma, que se dedicó a
perseguir judíos, falsos conversos, herejes y heterodoxos varios,
cuando la instauraron los Reyes Católicos. Ya comenté que mi casa
formaba pare de un conjunto conocido como la
“Casa
del Inquisidor”. Una de sus puertas lucía un
escudo
dominico, lo que refuerza esa suposición, al ser esta orden
una de las más activas en el Santo Oficio. Una importante figura
objeto de la
persecución fue
María
de Cazalla, mística heterodoxa, del grupo de los
“alumbrados”, de familia judía conversa al servicio de los
Condes de Palma.
No sabemos el lugar
exacto donde estuvo la sinagoga. Posiblemente la mezquita
musulmana ocupara el lugar donde se edificó la iglesia, como
era costumbre. Importantes cambios se produjeron
posteriormente en la fisonomía y el trazado interior
del reciento histórico, con el convento de Santa Clara del siglo XV,
el Palacio de los Condes, del siglo XVI, y la Parroquia, que como
dije antes, fue levantada en el siglo XVIII en el solar que ocupó la
iglesia de Santa María (gótica). El fundador de Santa Clara, el
caballero 24 de la ciudad de Córdoba, Don Juan Manosalbas, adquirió
varias casas intramuros y con ellas creó el convento, que fue
ampliado posteriormente. El palacio, que se construyó al abandonar
los señores el castillo (la antigua alcazaba almorávide) al
desaparecer el peligro de guerra, ocuparía también diferentes
edificaciones anteriores, derribadas tras su adquisición. Seguro que
la sinagoga y más de una casa propiedad de judíos sufrieron el
derribo para ello. Los vencedores impusieron la uniformidad,
al decretar la conversión o la expulsión de los
renuentes, y con ella se borraron muchas huellas de culturas que
antes convivieron (la mayor parte del tiempo a duras penas) y que
después intentaron eliminar.
Del pasado musulmán
quedan importantes restos, habiéndose recuperado hace poco la puerta
original de la torre donde se abrió la Puerta del Sol, bajo
el balcón renacentista del Palacio, además de parte del castillo y
la muralla. Del pasado judío no queda allí, que yo sepa,
nada.
Hace días estuvimos en Toledo y pudimos visitar los
monumentos de origen hebreo que quedan. Me llamó la atención un
conjunto de olambrillas en diversos puntos del pavimento. Son
recordatorios de la antigua Judería toledana, señalizando su
presencia. No estaría mal hacer algo similar aquí, dentro el
recinto, con alguna placa que recordase la presencia de esta
importante minoría. Sería un acto de justicia histórica
con otros que fueron durante siglos tan españoles y palmeños como
nosotros lo somos hoy día.