No me planteo una apología del juguete educativo. Ya hay muchos artículos y campañas en favor de este tipo de juguetes, aunque algunas veces no parezcan suficientes. Quiero hacer un ejercicio de memoria. Una apuesta personal por lo vivido.
El año pasado visitamos Navarra y País Vasco. Ya di cuenta de algunas vivencias de ese viaje en La isla tuerta. En Navarra visitamos el castillo de Javier, lugar de nacimiento de Francisco Jaso Azpilicueta, conocido después por San Francisco Javier, por el lugar donde vivió hasta que se enroló en la Compañía de Jesús y se dedicó a evangelizar el oriente lejano. Su nombre es el que yo llevo, gracias a mi hermana mayor. También estuvimos en Olite, cuyo palacio, en forma también de castillo, de influencia francesa, es otro ejemplo de lo que comento hoy. Ambas construcciones fueron reformadas en tiempos pasados para recuperar su esplendor. Algo artificial, pues me recordaron, tras ver imágenes del pasado que había expuestas en su interior, los modelos de aquellas maquetas de castillos que servían de juguete de construcción, como eran los Exin Castillos.
Y es que ese juguete me encantaba. De niño tuvimos algún modelo, seguramente de los más baratos. Y nos quedábamos con las ganas de tener más, de cada vez más complejidad constructiva. Tenían las piezas para elevar murallas, torres, con sus tejadillos de pizarra o no, con sus ventanas enrejadas y almenas, banderas, puertas y portadas, saeteras y troneras y su puente levadizo para salvar el foso. Estaban bien estos juegos, pues se complementaban con sus “habitantes”, soldados, nobles, princesas, y hasta los fantasmas, tan propios de los relatos románticos posteriores a su vida activa como edificios defensivos.
Sin embargo como juegos constructivos anteriores tuvimos otros más entrañables. Los juegos de edificación o “arquitecturas” y el Mecano. Éstos daban más juego, eran más estimulantes de la imaginación y de la destreza manual. Te formaban como humano, como animal capaz de transformar los elementos naturales, según una idea. Ya desde muy niño me esforzaba por levantar muros con las piezas de la “arquitectura” que tenía. Fue todo un descubrimiento comprobar cómo esos muros cada vez podían ser más altos y anchos gracias a que no colocara pieza sobre pieza, sino que las enlazara mitad por mitad, engarzando muchas en una superficie mayor. Colocar los complementos, como ventanas o puertas llegó a ser la gran innovación. ¡Podía hacer una pared como las de la casa donde vivía!. Esos muros, luego trabados de la misma forma dieron la necesaria estabilidad a la construcción, ya en tres dimensiones. Con menos de cinco años, todo un logro. Tuve tanta pasión con este juego, que cuando me empezaron a preguntar qué quería ser de mayor, empecé a contestar: “arquitecto”. Era lo que mi padre creía en aquellos tiempos que sería mi vocación. No fue así, pero reconozco que sigo teniendo pasión por la arquitectura, como arte con mayúsculas.
El otro juego, el Mecano, era más propio de los gustos mi hermano menor. Tenía más habilidad manual que yo y se lo regalaron también a temprana edad. Así mismo lo recuerdo como una maravilla, incluso con mayores y más posibilidades. Hacerte tu coche, grúa, puente, y que además se le pudiese dotar de movimiento articulado, era maravilloso. Incluso te permitía construir otros objetos, que sustituían a juguetes que no poseíamos: pistolas, espadas, herramientas, cañas de pescar, instrumentos musicales simulados....Con ese conjunto de piezas metálicas agujereadas, ensambladas con sus tornillos y tuercas, ayudados por sus pequeñas herramientas, se obtenían resultados asombrosos. Además se complementaba con ruedas, poleas, cuerdas, engranajes...todo un compendio de mecánica, que alcanzaba cotas elevadas si a las estructuras les podías incorporar algún motorcillo eléctrico.
Otros juegos de similar función han venido luego a sustituir a estos tan añejos de nuestra niñez pasada. Mucho más asépticos, de materiales menos peligrosos y ligeros, modernos, de mayor sofisticación y hasta complejidad. Sin embargo la nostalgia de aquellos viejos juegos constructivos no nos dejará satisfechos con lo modernos. Al menos a mí ver de nuevo imágenes de los viejos siempre me llenará de emoción. La sensación de creerte de sentirte como una persona mayor, como quería ser cuando jugaba con ellos.
Sin embargo como juegos constructivos anteriores tuvimos otros más entrañables. Los juegos de edificación o “arquitecturas” y el Mecano. Éstos daban más juego, eran más estimulantes de la imaginación y de la destreza manual. Te formaban como humano, como animal capaz de transformar los elementos naturales, según una idea. Ya desde muy niño me esforzaba por levantar muros con las piezas de la “arquitectura” que tenía. Fue todo un descubrimiento comprobar cómo esos muros cada vez podían ser más altos y anchos gracias a que no colocara pieza sobre pieza, sino que las enlazara mitad por mitad, engarzando muchas en una superficie mayor. Colocar los complementos, como ventanas o puertas llegó a ser la gran innovación. ¡Podía hacer una pared como las de la casa donde vivía!. Esos muros, luego trabados de la misma forma dieron la necesaria estabilidad a la construcción, ya en tres dimensiones. Con menos de cinco años, todo un logro. Tuve tanta pasión con este juego, que cuando me empezaron a preguntar qué quería ser de mayor, empecé a contestar: “arquitecto”. Era lo que mi padre creía en aquellos tiempos que sería mi vocación. No fue así, pero reconozco que sigo teniendo pasión por la arquitectura, como arte con mayúsculas.
El otro juego, el Mecano, era más propio de los gustos mi hermano menor. Tenía más habilidad manual que yo y se lo regalaron también a temprana edad. Así mismo lo recuerdo como una maravilla, incluso con mayores y más posibilidades. Hacerte tu coche, grúa, puente, y que además se le pudiese dotar de movimiento articulado, era maravilloso. Incluso te permitía construir otros objetos, que sustituían a juguetes que no poseíamos: pistolas, espadas, herramientas, cañas de pescar, instrumentos musicales simulados....Con ese conjunto de piezas metálicas agujereadas, ensambladas con sus tornillos y tuercas, ayudados por sus pequeñas herramientas, se obtenían resultados asombrosos. Además se complementaba con ruedas, poleas, cuerdas, engranajes...todo un compendio de mecánica, que alcanzaba cotas elevadas si a las estructuras les podías incorporar algún motorcillo eléctrico.
Otros juegos de similar función han venido luego a sustituir a estos tan añejos de nuestra niñez pasada. Mucho más asépticos, de materiales menos peligrosos y ligeros, modernos, de mayor sofisticación y hasta complejidad. Sin embargo la nostalgia de aquellos viejos juegos constructivos no nos dejará satisfechos con lo modernos. Al menos a mí ver de nuevo imágenes de los viejos siempre me llenará de emoción. La sensación de creerte de sentirte como una persona mayor, como quería ser cuando jugaba con ellos.
3 comentarios:
Juguetes educativos. Qué curioso. ¿Merecen llamarse 'juguetes' los juguetes que no educan?
Si entendemos por juguete el objeto que sirve para entretener (definición RAE) no necesariamente tiene que ser educativo. Pero si lo entendemos como forma de socializar, de aprender a convivir en sociedad, entonces parece que todo juguete debe ser educativo por definición. Lo malo es ponerse de acuerdo en qué consiste la educación.
Hola!
Permiteme presentarme soy Catherine, administradora de un directorio de blogs, visité tu blog y está genial,
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Catherine
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