jueves, 13 de noviembre de 2008

Nuevos (viejos) problemas urbanos

Uno de los trayectos más asombrosos de nuestro viaje de novios a Italia fue la visita a la antigua Pompeya, no solo por ver in situ una ciudad romana casi perfectamente conservada, con sus casas, sus tabernas, sus lupanares (de los más famosos, artísticos y bien conservados), sus teatros, sus templos, o las figuras hechas con el hueco dejado por la ceniza solidificada rápidamente atrapando en el momento de la muerte a sus habitantes. Ver en vivo esos patios, elemento fundamental de cualquier casa de cierto nivel, con sus columnas formando el atrio, el jardín y el impluvium (estanque o fuente interior), de los que escribí en mayo pasado, para refutar la idea de que los patios andaluces (como el famoso patio cordobés) son de origen musulmán, cuando existían ya en al año 79 de nuestra era (mucho antes del nacimiento del profeta Mahoma), fecha en que fue ocultada Pompeya bajo toneladas de cenizas del volcán Vesubio, fue una gozada.


Como también gocé comprobando el modelo urbanístico que entonces ya presentaba y que daba respuesta a problemas de convivencia ciudadana, tan comunes hoy día. La disposición en cuadrícula, en desarrollo de dos grandes vías, el cardo y el decumano, propio de las ciudades originadas por campamentos militares romanos, permite orientarse de forma fácil por sus calles, perfectamente urbanizadas, con fuentes en numerosos emplazamientos (Italia es una península rica en agua), que servían para identificar espacios públicos. El suministro se garantizaba con tuberías de plomo (fuente de una teoría que defiende la mala salud de los romanos, provocada por el consumo de plomo en la alimentación, causa de la decadencia de los habitantes del imperio, aunque nuestra guía no lo aceptase), pero no estaba generalizado el alcantarillado, por lo que el agua (y los residuos arrojados en ella) fluía por las calle libremente. Eso hacía necesario el uso de acerado elevado y pasos de peatones sobreelevados (como los que se han extendido en la actualidad para forzar el frenado de los vehículos), como isletas, para permitir el cruce de una acera a otra sin ser atropellado ni ensuciarse con las inmundicias que flotaban por las calzadas.

Pero también vimos otros elementos reguladores del tráfico. Para impedir el paso de animales y carros a la zona peatonal por excelencia, el Foro, instalaron pilonas, pivotes, bolardos, como quiera que los llamemos ahora, pero fijos y de piedra. En mi niñez también los había, los llamábamos marmolillos, y nos gustaba jugar saltando por encima, como los que había en la calle Violante y Jorge, junto al antiguo cine Salón Jerez (hoy desaparecido). Ahora son motivo de polémica pública, por los defensores del uso del automóvil, y seguro que entonces también. Pero eran necesarios para proteger a los ciudadanos que acudían a este espacio público principal de la ciudad, donde en torno a una gran plaza se situaban los edificios de las instituciones públicas (el poder civil), “frente” a los templos (el poder religioso), en una disposición que ha sido modelo característico desde entonces en Occidente. Así encontramos los restos de las basílicas donde se impartía justicia a un lado y en el otro el templo de Júpiter, con el Vesubio al fondo, amenazante como pudimos ver aquella tarde de vuelta de la isla de Capri, coronando su cráter una columna de vapores y gases que nos recordaban que todavía sigue en actividad, pudiendo despertar como aquel agosto del 79, y dejar petrificada no solo a la ciudad sino a una forma de entender la vida urbana que es tan fácilmente reconocible por las ruinas que ha dejado sepultadas y que nos recuerdan que, incluso en problemas y soluciones urbanísticas, no hay nada nuevo bajo el Sol.

2 comentarios:

Euphorbia dijo...

He estado varias veces en Italia pero todavía no he ido a Pompeya, debe ser espectacular ver la conservación de sus pinturas y esctructuras debida al Vesubio y las siluetas de los cuerpos sepultados.

Siempre me he sentido descendiente de los romanos de nuestro Mediterraneo, visito a mis ancestros cada vez que me acerco a la Imperial Tarraco.

Me ha encantado esta entrada.
Un saludo

Francisco Javier Domínguez Peso dijo...

Me alegro de que te guste. Pompeya impresiona, aunque se note la labor de restauración. Por ejemplo, los techos que vimos son nuevos, ya que los originales se cayeron todos por el peso de la ceniza. No he publicado, por no cargar mucho el post, las fotos que hice a los cuerpos. Es asombroso cómo se han podido hacer (método del vaciado, como un molde) y poder ver los gestos de dolor. A algunos se le aprecian hasta los huesos...en fin.
Tal vez escriba algo más de esta visita. Por cierto esa identificación a la que te refieres, la comparto. La civilización romana es admirable, aunque tenga sus defectos como todas.
Saludos.