La idea básica del libro es que existe una sociedad secreta, el Priorato de Sion, que pretende restaurar la monarquía (francesa y palestina) en cabeza del heredero "legítimo" (natural o espiritualmente) de la dinastía merovingia, la cual está impregnada de santidad, puesto que, a su vez, emparentó con descendientes directos de Jesús de Nazaret, fruto de su matrimonio con María Magdalena. Esto último es lo que originó mayor polémica (sobre todo entre los católicos) y lo que provocó un gran efecto publicitario de la novela.
Suponiendo que eso fuese real, los efectos prácticos, para mi, son irrelevantes. Me explico. La legitimidad que defiende (presuntamente) el priorato está calcada de la que esgrimió Jesús para sus pretensiones en el Israel antiguo: la línea de sangre. Él era (supuestamente) descendiente del mítico rey David, y los dirigentes del Priorato de Sion (o habría que decir, mejor, el dirigente "real y único"), a su vez del nazareno. Luego si algún derecho tendrían, es a ocupar el reino de Israel.
Pero olvidamos frecuentemente que las pretensiones "sucesorias" de Jesús fueron rechazadas por los propios judíos, que lo calificaban de blasfemo ya que se consideraba a sí mismo mesías (enviado por Dios para restaurar el reino de David) y no gozaba de grandes simpatías entre sus colegas rabínicos. Son conocidos sus enfrentamientos con el clero por cuestiones de intendencia del templo (la expulsión de los mercaderes), su prepotencia al presumir de sabiduría desde niño y sus planteamientos teológicos heréticos. Además para mesías ya tenían a otros mejores luchadores contra el imperio romano (por ejemplo Barrabás, que fué ejecutado junto a él, aunque el pueblo pidió su indulto).
Usar este factor de legitimación dinástica es más que arriesgado. Y si lo trasladamos a Europa y a la acutalidad, inútil. Tanto Francia como Israel son repúblicas asentadas, a pesar de cualquier problema que padezcan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario