4ª Entrega
Era…el tornillo. Si. El Tornillo. No un tornillo cualquiera. Clavado encima del capitel y un poco inclinado hacia Occidente, presidía soberanamente el ambiente. Salvo error u omisión, aquel tornillo era un tornillo perfecto, reluciente. Salvo error u omisión, claro. Pero el error, que había permanecido como escondido tras unos matorrales, saltó sobre la pasarela e interpretó su equívoco baile. Ya no había duda. El tornillo NO era perfecto. De cerca, ninguna ilusión óptica podía atrapar a un buen espectador que se jactase como tal. Al tornillo le faltaba la rosca. Toda su arrogancia, su soberbia, parecía enrojecer de vergüenza y derretirse cual cera al fuego. Pequeñas nubecillas rodearon a la columna.
Era…el tornillo. Si. El Tornillo. No un tornillo cualquiera. Clavado encima del capitel y un poco inclinado hacia Occidente, presidía soberanamente el ambiente. Salvo error u omisión, aquel tornillo era un tornillo perfecto, reluciente. Salvo error u omisión, claro. Pero el error, que había permanecido como escondido tras unos matorrales, saltó sobre la pasarela e interpretó su equívoco baile. Ya no había duda. El tornillo NO era perfecto. De cerca, ninguna ilusión óptica podía atrapar a un buen espectador que se jactase como tal. Al tornillo le faltaba la rosca. Toda su arrogancia, su soberbia, parecía enrojecer de vergüenza y derretirse cual cera al fuego. Pequeñas nubecillas rodearon a la columna.
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