16ª Entrega
Era la siniestra bestia, el bruto amorfo y peregrino, el organista maléfico y virulento, corsario de las ondas y de las cúpulas de luz negra y densa, que le estaba examinando de pies a cabeza por mediación de sus sanguinolentos globos oculares, a la vez que profería inicuos sonidos guturales de satisfacción morbosa, exteriorizados con su ciclópea, ondulante y gelatinosa abertura bucal.
Windha sintió los témpanos de sangre helada deslizarse ruidosamente por sus venas y arterias dejando tras de sí estelas de muerte y, a lo sumo, de angustia y terror. Era como si la agorafobia se hubiese prendido de su frente y le hiciese ver amplios, amplísimos, infinitos espacios vacíos iluminados por la oscuridad de la noche lunar, donde ni el viento hacía acto de presencia para permitir que los latidos de su corazón exagerasen su velocidad y contundencia y, así, martilleasen sus hipersensibles tímpanos a punto de destruirse de dolor. Ya rozaba los límites que separan la conciencia de la más irreversible locura, cuando se halló tumbada boca arriba sobre el ara de los sacrificios de la catedral, y mirando penetrante, oblonga, perenne, histéricamente al cuchillo de sílex que se le venía encima empuñado por la mano telúrica de Klaus, el sacerdote-patrón-tabernero, rodeado por los fieles y el coro, que interpretaba un canto de alabanza al Tornillo Redentor. Ni su desesperado y posiblemente arrepentido grito, salido de su frágil garganta, pudo detener el armado brazo sacrificador, que cayó silbante hundiendo la daga pedernalina en el pecho blanco de la víctima, muriendo ésta en el acto arropada en la verdosa sangre que le manaba de la herida y que se mezclaba con la otra antes derramada en pretéritos rituales.
Ya. Por fin, otra vez el tornillo volvería a brillar con luz propia y los habitantes de la esfera podrían ser felices. Pero todos…no. El muelle, nuestro muelle y de nadie más, no podría ser feliz. Tal vez no lo hubiese sido nunca. ¿Cómo podría ser feliz un muelle?. Y, en consecuencia, nuestro muelle dio un salto, un salto penetrante, oblongo, perenne, soberbio, acrobático, y …volvió a tocar el saxofón.
Era la siniestra bestia, el bruto amorfo y peregrino, el organista maléfico y virulento, corsario de las ondas y de las cúpulas de luz negra y densa, que le estaba examinando de pies a cabeza por mediación de sus sanguinolentos globos oculares, a la vez que profería inicuos sonidos guturales de satisfacción morbosa, exteriorizados con su ciclópea, ondulante y gelatinosa abertura bucal.
Windha sintió los témpanos de sangre helada deslizarse ruidosamente por sus venas y arterias dejando tras de sí estelas de muerte y, a lo sumo, de angustia y terror. Era como si la agorafobia se hubiese prendido de su frente y le hiciese ver amplios, amplísimos, infinitos espacios vacíos iluminados por la oscuridad de la noche lunar, donde ni el viento hacía acto de presencia para permitir que los latidos de su corazón exagerasen su velocidad y contundencia y, así, martilleasen sus hipersensibles tímpanos a punto de destruirse de dolor. Ya rozaba los límites que separan la conciencia de la más irreversible locura, cuando se halló tumbada boca arriba sobre el ara de los sacrificios de la catedral, y mirando penetrante, oblonga, perenne, histéricamente al cuchillo de sílex que se le venía encima empuñado por la mano telúrica de Klaus, el sacerdote-patrón-tabernero, rodeado por los fieles y el coro, que interpretaba un canto de alabanza al Tornillo Redentor. Ni su desesperado y posiblemente arrepentido grito, salido de su frágil garganta, pudo detener el armado brazo sacrificador, que cayó silbante hundiendo la daga pedernalina en el pecho blanco de la víctima, muriendo ésta en el acto arropada en la verdosa sangre que le manaba de la herida y que se mezclaba con la otra antes derramada en pretéritos rituales.
Ya. Por fin, otra vez el tornillo volvería a brillar con luz propia y los habitantes de la esfera podrían ser felices. Pero todos…no. El muelle, nuestro muelle y de nadie más, no podría ser feliz. Tal vez no lo hubiese sido nunca. ¿Cómo podría ser feliz un muelle?. Y, en consecuencia, nuestro muelle dio un salto, un salto penetrante, oblongo, perenne, soberbio, acrobático, y …volvió a tocar el saxofón.
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