miércoles, 6 de julio de 2011

Los últimos días de Judas Iscariote y El baúl de la Piquer



Con unos cuantos grados más de calor que en días pasados, enfilamos la tarde de ayer hacia el Salón Reina Victoria, para presenciar el primer espectáculo de la Feria de Teatro en el Sur de este año. Las siete de la tarde era una hora que presagiaba deserción entre el público ante lo que se presumía como una larga obra. Algún miembro de la organización me advirtió que habían recortado la duración, pues era de más de tres horas, y la habían dejado en algo más de dos horas. Eso no era precisamente un buen augurio. Al llegar allí, no obstante, las colas para entrar se habían formado ya minutos antes del comienzo de “Los últimos días de Judas Iscariote”, de la compañía madrileña Theatre for the people, que se anunciaba además como estreno.

Hacía calor dentro de la sala. Los abanicos no pararon de moverse procurando algo de aire a un público, en su inmensa mayoría, fiel a la representación. Y había que serlo. La obra, muy del gusto americano, que simula un juicio, muy al estilo americano, duró entre las 19.15 y las 21.15, aproximadamente. Remacho lo americano, pues el texto lo es, como su autor y director. Los juicios en España no son así. Usaron al público como sala de vistas (un lugar llamado Esperanza, entre el cielo y el infierno), pero en sentido inverso. El juez, estaba arriba de la “grada-gallinero” (¡qué incómoda es!), donde nos sentábamos, a nuestras espaldas, por lo que era difícil verle. El escenario, era el lugar, el estrado, donde acusado y testigos declaraban, dando lugar a la mayor parte de la acción. Fiscal (un musulmán habilidoso, para atacar a un judío) y abogada defensora (la hija de una gitana rumana y de un sacerdote, mezcla explosiva) se situaban en la grada, uno a cada lado, cerca de la escena. Ésta estaba dividida en dos partes, separada por una cortina de largos flecos, que, en muchos momentos, para mi gusto, impidió ver el desarrollo de lo que ocurría al fondo, por ejemplo, el ahorcamiento de Judas. La escenografía era sencilla, pero efectista, con el punto negro de la cortina, que sí sirvió bien como pantalla de proyección para algunos testimonios en vídeo, algo que me gustó.

La obra es irreverente, sarcástica, trágica, pop (me recordó en algún momento al musical Jesucristo Superstar), cómica, algo de aire fresco en un mundo donde los fundamentalismos de todo tipo hacen su agosto. El autor pretende comprender la traición de Judas, y para ello, emplea el método dialéctico (tesis, antítesis y síntesis) como forma de encontrar la verdad del personaje. Los sucesivos testigos, de la defensa, o de cargo, intentan darnos a conocer al mayor traidor de la Historia, porque, según ellos, los Evangelios, que es lo que conocemos, en varias versiones (como se dice en la obra) fueron escritos mucho tiempo después de los hechos que cuentan, por unos relatores que no los vivieron. Así son llamados a declarar María Magdalena, la madre del propio Judas, San Pedro, Santo Tomás, Freud, Lucifer, Poncio Pilatos, Teresa de Calcuta, Santa Mónica (la madre de San Agustín), Simón el zelote, incluso Camilo Sesto (aunque no aparece, porque no está muerto)...Los personajes son presentados con tintes actuales, trayendo a colación el antisemitismo, el 11S, el sexo, el psicoanálisis, la corrupción del dinero, el poder, el imperialismo, las drogas, la homosexualidad; buscando la risa y la complicidad del espectador, en un juego de pros y contras, que buscar revisar la condena de Judas (“¿quien no quiere revisar una condena eterna?”), a instancias del mismísimo Dios. Y consiguen esa complicidad, aunque, para mí, a partir de la segunda intervención del diablo, y los alegatos apasionados y sensibles de la abogada defensora, decaiga el ritmo, tal vez por la necesaria reducción del texto, para hacerlo más digerible. El final, buscando una relación más humana, fraternal, amorosa entre Jesús y Judas, como prolegómeno y causa de una traición, que se justifica por la psicopatía del personaje (Freud), me resultó un epílogo bondadoso y excesivamente sentimental.

El trabajo del elenco de actores y actrices es excelente, muy cuidado, pese a que algunos tuvieran problemas para ser entendidos, debido al volumen de su voz. Y ojalá se hubiese apreciado mejor lo que ocurría tras los flecos, ya que eran el complemento ideal (creo) de lo que estaba relatándose. Pienso que la mayoría salió muy contenta con lo que vio, opine lo que opine sobre el resultado del juicio al Iscariote. No me arrepentí de verla y, sin duda, la vería otra vez, para saborearla mejor, y la recomiendo. 
 

De madrugada, tras interesarnos algo sobre el resto de los espectáculos de esta primera jornada de la Feria, ver el final de la obra de calle de los granadinos Vagalume, y tomar un refrigerio (la noche seguía calurosa), fuimos a la otra representación para la que teníamos entrada: “El baúl de la Piquer”, de los sevillanos La butaca roja. Un musical humorístico muy del tono de otras obras que abundan en la Feria palmeña, y otro estreno.

El dúo compuesto por Juanjo Macías y Paz de Alarcón, nos hizo reír un buen rato (también fue larga), a costa de contarnos sus desgraciadas vidas de infantes y como cómicos, que tienen que recoger un baúl olvidado en un teatro de Palma (en cada sitio lo adaptarán, claro), porque va a ser demolido para construir un centro comercial y aparcamientos (“algo muy necesario, no como el teatro”). Cantan bailan, cuentan historias, con la complicidad del pianista que les acompaña en el escenario y al que encuentran como un muñeco, parte del atrezo perdido por otras compañías. Son maestros el género del cabaret. Y además recurrieron al concurso del público, para intentar abrir el dichoso baúl, llevando a escena a un señor de Córdoba, que mantuvo el tipo como pudo, discretamente; a Isabelita Páez (la representante de la tercera edad), que se desenvolvió con gracia y soltura en el escenario, aún sin moverse, dando la réplica de forma divertida a los actores; y a Ciro Rioboo, el dueño de Papelería Goya, que se tomó una cerveza, mientras los demás se comían un bocadillo de chorizo de Cantimpalos, y le prometían que sería el padrino del niño o niña que nacería del embarazo de la protagonista, poniéndole su nombre (¿Ciro? Ese es el nombre de un rey, ¿no?). El baúl siempre estuvo como testigo mudo, esperando a ser abierto, cosa que solo consiguen al final

Son éstos dos artistas con tablas y oficio, que supieron mantener la atención del público a altas horas ya de la madrugada, aunque bien podían haberse ahorrado algunos gags, acortando la duración. No obstante, aunque nos echaron, disfrazados de obreros dispuestos a demoler el edificio, el respetable se fue con buen sabor de boca, cerrando un buen primer día de festival. Y con ganas de ver mucho más teatro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Palmadelrio.info, gracias celtibetico por permitirnos poner tus comentarios, ya esta introducido el primero si crees q tenemos q añadir, quitar o modificar algo de tu texto comunicanoslo para hacerlo gracias.

Francisco Javier Domínguez Peso dijo...

Gracias a vosotros. Un saludo.