Ayer asistimos a la primera jornada de la Feria de Teatro en el Sur de Palma del Río. Un evento que celebra su 32 edición, sobreviviendo "en el alambre", como nos cuentan. También se podría decir que "goza de una mala salud de hierro", a tenor de los años que viene sobreviviendo, en medio de la permanente crisis que vive el mundo del teatro desde que lo frecuento (y de eso hace ya unos añitos) y que también afecta a su organización, pues una muestra tan veterana ha pasado, como los seres vivos, por diversas etapas. Etapas, con sus éxitos y sus dificultades (financieras, creativas, de cansancio...), que nos hacen pensar muchas veces que algún día darán con el final esperado, aunque no deseado. Pero ayer volvió a levantarse el telón otro año más, cargada de espectáculos con los que amenizar varios días de esta semana, a casi todas horas (mañana, tarde y noche) en diferentes escenarios repartidos por nuestro solar palmeño.
En la inauguración se rindió homenaje a un asiduo de la Feria, Ricardo Iniesta, el director de la compañía Atalaya y de TNT (Territorio de Nuevos Tiempos), del que comenté el año pasado su obra Madre Coraje. No asistí al acto de inauguración, pero al disponerme a entrar en la obra a la que asistimos en el Teatro Coliseo, Ramón López, el director de la Feria, y amigo mío desde hace muchos años, me dijo: "Hoy te he nombrado". Yo le respondí, en broma: "¿A mí? ¡¿qué he hecho?!" Ramón me recordó una anécdota que me sucedió hace años, pues le comentó a Ricardo Iniesta que no me dejó asistir a uno de sus montajes. La cosa sucedió así:
Atalaya representaba su adaptación de la obra de teatro de Federico García Lorca, "Así que pasen cinco años", obra que estrenaron en 1986. La representación se hacía en las antiguas cocheras de Paco Castillo, que también usaba para celebraciones, como bodas, bautizos y comuniones, y que teníamos cedidas para el teatro. Esa tarde habíamos tenido sesión del Pleno municipal, y, como concejal, yo estaba presente, y deseando que terminase para ir a ver la obra, pues la conocía de haberla leído y me interesaba verla representada. Salí con el tiempo justo, o, al menos eso creía yo, y me dirigí con mi amigo Pepe Lora al teatro. Al llegar a la puerta no me dejaron entrar. La obra ya había empezado. Estaban Ricardo Iniesta y Manolo Pérez. Insistí en mi idea de entrar. E Iniesta insistió en no dejarnos pasar. Le dije que llegaba tarde porque era el teniente de alcalde y venía del ayuntamiento, que, por favor, nos dejase. Entonces Ricardo Iniesta pronunció unas palabras que, desde entonces (hace casi treinta años), no he podido olvidar: "Ni aunque viniera la Reina Sofía le dejaba entrar. La obra ha empezado y ya no entra nadie". Miré a Manolo y se encogió de hombros (el que manda manda, y ese es el director). Nos tuvimos que volver atrás y nos fuimos al Paseo a ahogar nuestra pena en uno de los aguaúchos. Más tarde lo comenté con compañeros y amigos. Y Ramón López, que tampoco lo había olvidado, se lo contó ayer al mismo Ricardo Iniesta en su homenaje, como anécdota representativa del carácter de este dramaturgo.
A pesar de esta historieta que me sucedió, creo que Ricardo Iniesta se merece el reconocimiento del que fue objeto ayer, en el seno de la inauguración de la 32 Feria del Teatro. Sin duda es uno de los elementos fundamentales de la escena andaluza de los últimos tiempos, e incluso tiene valía a nivel nacional e internacional el trabajo que viene desarrollando desde hace 30 años. Un acierto el homenaje.
Después del recuerdo de mi anécdota entramos en el Teatro Coliseo para ver la obra de la compañía Los Ulen, "Dos idiotas", una obra que había provocado expectación. Lógica por la fama que precede al grupo, también desde hace años, siendo uno de los preferidos del público de la Feria. En esta representación, los dos componentes del momento, Paco Tous (conocido por la serie de televisión "Los hombres de Paco" y "Con el culo al aire") y Pepe Quero (que participó al principio con un personaje en "Águila Roja" y ahora sale en "El Príncipe"), volvieron a los personajes de Mosta y Lombri, respectivamente, con los que empezaron la trayectoria del grupo, cuando se llamaban "Ulen Spigel", allá en los tiempos en que lideraba el cotarro el alemán Friedhelm Grübe (Fli), que fallecería años después. Vuelta al personaje de payaso. Y vuelta a recordar diversas escenas de obras pasadas, enmarcadas en el hilo argumental de dos parados que viajan en un isocarro. Algo que sirve para que los incondicionales se reconozcan en sus personajes admirados, con los que disfrutaron en otras ediciones.
Realizaron bromas con el público, desempolvaron viejos diálogos, con añadidos del momento y el lugar, y deleitaron a la concurrencia con su buen hacer ("sudaron la camiseta"). Aunque aprecié división de opiniones al final, en conversaciones con los asistentes. Mantener el tipo, más de 25 años después de impresionar (como hicieron en sus primeras obras: “¿Dónde he caído?”, “Somos novios” y “Mucho sueño”) a los espectadores, es tarea difícil, sobre todo cuando haces el papel de payaso. Y, para que el payaso triunfe en el circo, debe sorprender. Para ellos, el "más difícil todavía" es un lema que también vale. El paso del tiempo deja arrugas y, aunque se deban a buenas experiencias, no dejan de provocar más nostalgia que asombro. Otros también viven el alambre. Ayer, como se ve, muchos recuerdos.
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