Había una película de medio metraje que se llamaba La cabina. Fue estrenada en TVE en 1972. Todo un fenómeno social. Recuerdo que en el colegio, mi compañero de pupitre me preguntó si "había visto la `gabina´" (así la llamaba él) porque estaban como asustados en su casa. Impactante. Trataba de un señor que se quedaba encerrado en una cabina de teléfonos, y todo lo que le sucedía después: agobios, miedos, incomprensión... Llegó a ser premiada y hasta censurada, porque alguien la entendió como una crítica al régimen de Franco. Y fue tan relevante que durante un tiempo mucha gente sintió miedo al entrar en una cabina telefónica callejera. Pero ésta no es la única anécdota que puedo contar sobre las cabinas telefónicas.
Yo usaba cabinas sobre todo, cuando era estudiante en Córdoba y tenia una amiga muy especial a la que no podía ver todos los días por motivos académicos. Buscaba entonces una cabina, bien pertrechado de monedas, para pelar la pava a distancia. Veía cómo el artilugio se tragaba inmisericorde las monedas, mientras pasaba el tiempo. Y muchas veces tenía que hacer cola y esperar, como otros esperaban, para entrar en el locutorio. Uno de ellos, una vez, me miró con cara de pocos amigos, mientras yo estaba dentro, así que tuve que cortar la conversación. Al salir me dijo, malhumorado, que las cabinas estaban para una urgencia no para eso (se supone que se había dado cuenta de que estaba ligando).
Mi sobrino Roberto, de niño, cuando aprendía a hablar, llamaba "feno" al teléfono. Algo que me hacía gracia. Una vez, al acercarnos a la cabina que había en la plaza del ayuntamiento, le pregunté que qué era eso. Se quedó mirando y pensando, y dijo "fónica". Evidentemente distinguía un teléfono de una cabina, aunque lo expresase a su manera.
Las cabinas españolas son diferentes de las rojas británicas, tan populares, pero no menos interesantes. De aluminio, con cristales (muchas veces usados comos soporte publicitario) y techadas, y con puertas, para protegerse del frío y la lluvia y facilitar intimidad de la conversación. Hoy casi son innecesarias por la generalización del uso del teléfono móvil. ¿Quién necesita un teléfono fijo cuando tenemos muchos móviles? ¿Quién quiere intimidad, si con el móvil nos movemos al hablar (¿nadie se ha preguntado por qué nos ponemos muchas veces de pie para contestar una llamada?) y además lo hacen muchos a voz en grito, como si quisiésemos que todo el mundo se enterase de qué hablamos?
En los últimos tiempos estaban siendo sustituidas por una especie de postes, con el aparato colgado a uno o ambos lados (hasta lo hay para minusválidos). Con un liviano techo y tablero, y a lo sumo algún cristal a ambos lados. Es raro ver una verdadera cabina, con cuatro lados cerrados, con puertas. Y parece que van a desaparecer , cuando termine este año, de nuestro paisaje urbano.
En uno de mis paseos matutinos de las vacaciones me he parado junto a una cabina telefónica, la única que he visto en mucho tiempo de este tipo en Palma del Río. Dañada por el vandalismo, como pasa en todas partes, para hacer puntería o sisar las monedas. Sin puerta. Tal vez olvidada. No sé cuánto durará, si se quedará como un resto arqueológico en nuestras calles. Por si acaso la retiran, según los planes, queda aquí su imagen para el recuerdo.
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