miércoles, 9 de noviembre de 2016

Donald Trump


Sorpresa, estupor, decepción, incredulidad. Palabras como éstas han sonado esta mañana al conocerse el fin del recuento de votos en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, y confirmarse la victoria del candidato republicano Donald Trump. Un paso más en el momento de confusión que vive la política mundial. Este no es un hecho aislado. En Europa tenemos el Brexit, y los casos de aumentos de votos que asustan. En Francia la ultraderechista Marine Le Pen, en Holanda  Geert Wilders, en Austria con la victoria de la extrema derecha en primera votación, el Partido de los Finlandeses como preferido en las encuestas, en Polonia el Partido de la Ley y el Orden, Amanecer Dorado en Grecia, el ultra Viktor Orban en Hungría, Putin en Rusia... ejemplos de la buena salud de los autoritarismos y populismos de derecha. Que tienen su complemento en los populismos de izquierda, también cuestionando los regímenes democráticos vigentes. 

Y ahora Trump. Algunos han dicho, a tontas y a locas, que esto ha ocurrido por haer presentado los demócratas a Hillary Clinton, en lugar de a Bernie Sanders. O sea, que los norteamericanos han preferido a un candidato de extrema derecha, porque no tenían enfrente a uno de extrema izquierda. Vamos, que les daba igual uno que otro. Memeces. Clinton no sería buena candidata, pero por otros motivos (por ejemplo su reforma sanitaria que ha sido vista por mucho americano medio como una propuesta comunista). Ha sido, no obstante peor que Trump, pues ambos han perdido votos respecto a otros candidatos anteriores de sus respectivos partidos, pero éste ha sacado más votos que su contrincante y con eso ha ganado la presidencia.

Viendo los mapas del reparto del voto, vemos a los estados centrales (el antiguo Oeste americano) dar su voto mayoritario a Trump. Éste ha convencido a las víctimas de la crisis (que todavía persiste), castigadas por la globalización. El mensaje nacionalista triunfa en momentos de crisis, como pasó en el periodo de entre-guerras en el siglo pasado, permitiendo el auge del fascismo y el stalinismo. Ahora vivimos momentos parecidos. El odio hacia el inmigrante que quita el trabajo a los nacionales, al cobrar menos, ya que esa es la forma de aumentar sus beneficios que han elegido las empresas (sobre todo multinacionales), se ha extendido entre los trabajadores y clases medias. Se critica el libre comercio internacional y la libertad de circulación de trabajadores, al mismo tiempo. Y eso lo hacen desde la izquierda y la derecha (extremas). Se recuperan himnos, banderas, armas, gestos autoritarios. Tanto desde la derecha como desde la izquierda se cuestionan las instituciones, buscando "la calle" y postulando posturas anti-sistema. El estado del bienestar es cuestionado por liberales y "la verdadera izquierda". Los castigados, que antes vivían bien con el estado del bienestar, se convierten a la nueva religión anti-sistema, y terminan votando a extremistas como estos. 

El mundo está muy cambiado y parece que nadie sabe ofrecer alternativas que no sean a la desesperada, con mucho ruido y mensajes simples y egoístas. Solo espero que en Estados Unidos, los republicanos que han aupado a este fantoche hombre de negocios le obliguen a no cumplir algunas de sus temibles promesas y moderen su comportamiento, aunque solo sea por mantener las cuentas de resultados de sus empresas (los mercados se han sacudido hoy con esta victoria). Pero el panorama es desolador y causa estupor. Tanto que esta mañana me acordaba del Premio Nobel a Bob Dylan, un ejemplo de joven rebelde, símbolo de la izquierda de otros tiempos, que ya están enterrados. La Academia Sueca vive en otro mundo. Hoy los norteamericanos lo han demostrado.

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