viernes, 16 de julio de 2010

Ricardo III, por la compañía Atalaya


Mi paso por la Feria del Teatro, breve esta vez, ha pasado de lo menos dramático hasta lo más puro, de la música, pasando por el espectáculo humorístico, llegando a la tragedia de los clásicos. Ayer la compañía Atalaya (otros habituales de la Feria teatral palmeña) llevaron al escenario del Teatro Coliseo “Ricardo III”, su primer acercamiento a Shakespeare. Según ellos mismos:

Dentro de nuestro lenguaje –reconocible por el trabajo sobre la energía de los actores en escena, por la utilización poética de los objetos y las atmósferas, por la acumulación de imágenes y temas musicales que obligan al espectador a elegir- hemos optado por un estilo más cercano al expresionismo, al grotesco, que ya abordamos en “Divinas palabras” de Valle, o en algunos momentos de nuestras puestas en escena a partir de Maiakovski, Müller o Brecht. El clima, sin embargo, emparenta más con nuestra visión de "El Público" de Lorca, donde el misterio, e incluso el terror, afloran ante el espectador.”

Y así es, vemos a la compañía Atalaya de siempre, la que gusta a los entendidos, pero también la que no deja indiferente. Sublime en el recurso a los objetos, como leitmotivs del atrezzo, la utilería repetitiva (no se me olvidan aquellas bobinas o grades carretes de cable usados en Divinas palabras), usaron los mismos elementos como tronos, velas de barco, espadas, cuchillos, catafalcos, sillares de torre, camas, espejos de salón.... magnífica en escenografía, iluminación y sonido, que crearon un ambiente siniestro, gótico. Disfruté con el juego, la magnifica coreografía entre objetos y elenco, ya conocida por su recurso al baile, la expresión corporal, además de la declamación. Me gustó el canto de estrofas del texto original, en inglés, especialmente, en las apariciones en escena de la viuda de Enrique VI. Una estupenda interpretación, en fin, destacando el trabajo del actor, Jerónimo Arenal, que encarnaba al tirano.

La obra nos cuenta las intrigas y los crímenes perpetrados por el duque de Gloucester, para acceder al trono de Inglaterra. Ricardo, al principio, nos aclara sin escrúpulos que, como es deforme, poco agraciado, no puede seducir a sus coetáneos para conseguir por las buenas su objetivo, por lo que hará uso del crimen, del mal. Es un pervertido, un descarado ambicioso, que incluso nos cuenta sin rubor sus planes, que va desplegando sin dudarlo, disfrutando de su crueldad. Al fin, conseguido el objeto de su deseo, provocará la rebelión de los demás, hartos de asesinatos, injusticias, parricidios, desencadenando la Guerra de las Dos Rosas, que enfrentó a la casa de York y la de Lancaster. Pretende la compañía, en su adaptación, que busquemos la comparación con mandatarios de nuestra actualidad.

El texto de Shakespeare es muy largo, daría para cuatro horas de representación, por eso Ricardo Iniesta, el director de la compañía, lo ha adaptado reduciéndolo a algo más de hora y media. Aquí es donde, a mi gusto y parecer, no queda del todo bien. Es comprensible su intento de respetar el original, pero los cortes que da, sobre todo en la primera parte, para integrarlo en su lenguaje dramático, más expresionista, sugerente, que narrativo, me hicieron no entender del todo el hilo de la obra. Son veinte personajes en manos de nueve actores. Yo eché de menos algo más de definición o presentación de tanto personaje, representados sin demasiadas diferencias, salvo en Ricardo y alguno más, sobre todo a la hora de expresarse y en vestuario, que hacía que, salvo un gran conocimiento de la historia que cuenta el inglés, nos perdiésemos entre tanto noble, esposa, madre, hija o hijo que aparecían y caían bajo las armas de los sicarios fieles al duque. Aquí es donde me dejó el mal sabor de boca, o, más bien, la confusión, que fue desapareciendo afortunadamente al acercarse el final ("¡Mi reino por un caballo!"), al haber muerto ya la mayor parte de los obstáculos que se interponían a los propósitos del tirano.

No obstante, me pareció un gran montaje, difícil y arriesgado, que ha tenido cierto éxito desde su estreno en las XXVII Jornadas de Teatro del Siglo de Oro, de Almería. El público del Coliseo agradeció el gran trabajo sobre el escenario, aunque en otras ocasiones los aplausos se han visto con más entusiasmo.

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