viernes, 8 de julio de 2011

Augusto, de Teatro El Velador


Ayer asistimos a dos obras que fueron sorprendentes. Sorprendente fue el resultado del estreno de “¿Qué fue de... la niña Juanita?” de la compañía Manuel Monteagudo. En sus últimas apariciones por la Feria del Teatro dejaron muy buen sabor de boca: “Ay Carmela” y, sobre todo, “Tai Virginia”, la primera obra de la compañía. Así que el público respondió a la llamada de madrugada de la Casa de la Cultura. Lo imprevisto era que la adaptación de la película ¿Qué fue de... Baby Jane?”, que se presumía una parodia, una obra de humor, terminara siendo un tostón sin ninguna gracia. Y a esas horas...Una pena. 


La otra sorpresa fue la que nos esperaba con Augusto, de Teatro El Velador. La gente, también en gran número, fue a ver una comedia y se encontró con un drama. Un drama muy actual, en el que vimos el abandono al que sometemos a nuestros mayores en esta sociedad utilitarista y productivista que vivimos. Un viejo payaso es internado en un asilo, un viejo caserón, donde solo trabaja un empleado, un conserje gordo, feo y antipático. La obra nos muestra la difícil convivencia entre asistido y asistente.


Mucho se ha escrito sobre la estética de Juan Dolores Caballero (el chino), sobre lo que él y su compañía denominan el “teatro bruto”: un teatro basado en gestos, en gritos y sonidos muchas veces inarticulados, no palabras, en la mímica y la expresión corporal, empleando la mayor parte de las veces movimientos toscos, actitudes soeces y procaces, elevando el feísmo a la categoría de arte. Obras de agradable recuerdo en Palma, como El recreo, La cárcel de Sevilla o Las gracias mohosas, dan buena cuenta de esta forma de hacer teatro, que siempre ha hecho gracia y ha contado con el beneplácito de la crítica y el público. Incluso alguna de sus obras ha sido premiada aquí, como en 2003, con La cárcel de Sevilla, o en 2005, con La belle cuisine.

Y ayer esperaban muchos (esperábamos) que nos relatasen, con su particular lenguaje, una historia esperpéntica más, como nos tienen acostumbrados. Como pasa en muchas obras, nada más empezar, un público (quizá) deseoso de disfrutar de gags cómicos, empezó a reír, pero las risas fueron escasas y terminaron siendo anecdóticas, a pesar de los intentos (deduzco por el volumen de algunas carcajadas, de público u otros) de que se repitieran. El chino no nos contó una historia cómica, una historia de humor. 


Un viejo payaso, como decía antes, intenta sobrevivir en el andrajoso edificio del asilo donde es internado, se supone ya retirado del circo. Tiene que luchar contra las normas y prohibiciones que le impone su compañero de escena. Tiene que inventarse un mundo con el que combatir la soledad, la tristeza, el aburrimiento de verse encerrado en un lugar no apto para vivir, solo “para descansar”. Se resiste a comer, a cambiarse de ropa. Se imagina paisajes que no existen, donde disfrutar de unos ejercicios que le imponen para mantener la salud y la forma. Descubre la música, pero también descubre sus limitaciones, que el tiempo no pasa en balde, que allí lo han dejado porque su salud mental también está resentida. Tal vez la demencia senil o el alzheimer han secuestrado sus repetitivos movimientos, que lo convierten en un autómata patoso. Un payaso que me recuerda al genial Charlie Rivel, en sus gestos, atuendo, fisonomía y hasta en el llanto que le hiciera famoso. 


El chino nos presenta con una cuidada, herrumbrosa y polvorienta escenografía, repleta de objetos antiguos, el panorama triste y el final de marginación, apartamiento y destierro que dejamos a quines ya no se integran en el sistema productivo en el que vivimos, porque han perdido sus facultades, con el paso del tiempo. Y lo hace de forma cruel, pero con una ternura tal que inspira tristeza, compasión, no la comicidad que muchos, tal vez, esperábamos. Los dos actores bordan los personajes, llenando hasta de magia algunas escenas. Un trabajo de actor, basado en el gesto, en la expresión corporal, con palabras sin sentido, pero cargados de tremendo significado. Y una duración muy adecuada. En fin, que tal vez algunos se fuesen aburridos y decepcionados, pero para mí fue una obra emocionante, dura y redonda.

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