domingo, 18 de septiembre de 2016

La exposición de El Bosco, en el Museo del Padro


El Bosco era para mí, de niño, un pintor enigmático e inquietante. Las reproducciones de cuadros suyos, en libros, o como cromos coleccionables de álbumes, como El Jardín de las Delicias, pero, sobre todo otros, como La extracción de la piedra de la locura, con sus objetos ridículos, o Cristo con la cruz a cuestas, con sus rostros grotescos, caricaturescos y malvados, además de presentar anacronismos en la indumentaria, me hacían pensar en lo enrevesado que podía ser el espíritu de un pintor.


Fue más tarde, con la contemplación de obras de arte, y especialmente en COU, en el instituto, cuando conocí la pintura flamenca y me empezó a subyugar El Bosco. Una pintura detallista, hermosa, y a la vez creadora de un mundo aparentemente real, pero imaginario muchas veces. A Jheronimus van Aken, conocido como El Bosco, nos lo presentaron como un pintor imaginativo, creador de mundos sobrenaturales y de animales y seres humanos monstruosos, que usaba para enseñar un mensaje moral, en un momento en que la Edad Media sufre una gran crisis y la decadencia.


Su habilidad técnica es magistral. Su universo de figuras inagotable. Un vivero donde sembrar las semillas que crecerían a modo de estilos modernos, como el Surrealismo, muy posteriores a su época. El Bosco no es el artista que nos muestra su medio ambiente con motivo de las obras encargadas o por inspiración espontánea. Es el gran fabulador de imágenes, el creador nato de mundos y personajes sorprendentes, sin sujeción a los cánones imperantes en el mundo artístico, a pesar de estar plenamente integrado en el estilo flamenco de la pintura. Un pintor que creó escuela y un adelantado de su tiempo.


Este año se cumple el 500 aniversario de su muerte y el Museo del Prado, que ya dispone de varias obras suyas en la exposición permanente, ha organizado una exposición temporal, en el seno de una serie de actos conmemorativos. El sábado 10 estuvimos allí, sacando con bastante tiempo la entrada por internet, ya que la muestra finalizaba el 11 de septiembre, pero el éxito de público obtenido ha obligado a su prórroga hasta el 25. Un éxito que pudimos comprobar por el elevado número de personas de diferentes nacionalidades que nos dimo cita allí. Ese fue el único defecto que vimos: fuimos muchos los que entramos en cada turno, dificultando la visión de las obras, por tener que amontonarnos delante de cada una de ellas, algunas veces hasta con codazos y empujones.


Mereció la pena, pues además de volver a ver las obras ya expuestas en las salas del Museo de forma permanente, pudimos ver otras de otras pinacotecas, además de estudios de su producción, grabados, bocetos y pinturas salidas de su taller y de otros autores influenciados por el artista. Para terminar nos relajamos en la videoinstalación "El jardín infinito", que completó nuestra visita, para luego volver a las salas permanentes del Prado, una oportunidad más para disfrutar de la riqueza artística allí atesorada.

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