Una de las zonas de Palma del Río que siempre me ha llamado la atención por su nombre es La Alegría. Una denominación que supone como un soplo de aire fresco en el callejero palmeño. Es la zona que linda con el fin del casco urbano, atravesada por la carretera con destino a La Campana, en las cercanías del puente sobre el río Genil.
Un espacio conocido en mi niñez, cuando era alumno del colegio San Sebastián y asistía a las clases en las aulas de la Calle Duque y Flores, hoy colegio de Educación Infantil Vicente Nacarino. Y caminaba desde la Avenida de Madrid, hacia ese colegio, por el cruce entre las actuales Avenida de Andalucía y La Campana. No era infrecuente que nos parásemos en un quiosco de chucherías que había cerca del cruce, frente al Bar El barquillero, al final de las clases para solazarnos con sus productos.
Pero no es solo espacio indeterminado, zona más o menos amplia, o parte de barriada, con nombre popular. Hay también una calle con ese feliz nombre. Antes reducida al lado izquierdo, si miramos hacia el puente, y hace unos años ampliada a la acera derecha, por el mismo frente, tras edificarse un bloque de pisos, junto a un viejo taller.
La calle original es pequeña, minúscula, con pocas casas. Creo recordarla con arboleda, que casi ocultaba su entrada. De viviendas irregulares, pero no descuidadas, lindando con las huertas de Duque y Flores. Un espacio arreglado, tal vez pavimentado no muy atrás, que acaba casi donde empieza, y que no permite el paso más allá de su exigua longitud.
Otro rincón no muy valorado, casi desconocido y medio oculto. La primigenia calle La Alegría, menos poblada que su "hermana menor", la del otro frente de la carretera. Pequeña, sí, pero de hermoso nombre. Ya quisieran muchas calles llamarse así y vestir sus colores.
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