lunes, 20 de julio de 2009

40 aniversario de la llegada a la Luna

Los niños, de mayor, ya no quieren ser astronautas. Hace cuarentena años, cuando vi las imágenes en televisión (comentadas por Jesús Hermida) de la llegada del primer hombre a la Luna, en el Apoyo XI, sí pensé, como muchos niños de la época, que quería ser astronauta. Entre otras cosas, claro. Estaba acabando un primer curso de primaria, que superé con Notable. Era la euforia, la ilusión, la alegría de tener por delante un verano de juegos y diversión. Y allá se nos abría una “nueva frontera”, un nuevo territorio para ampliar descubrimientos, aventuras, para seguir avanzando las conquistas de la Humanidad. Todo muy emocionante. Aunque entonces, como ahora, teníamos a escépticos dispuestos a negar lo que las cámaras de televisión nos metía en nuestros hogares. Recuerdo como mi padre llegó una vez a casa comentando de la obstinada incultura e ignorancia de un conocido empresario de “máquinas traga-perras”, de apodo gansteril, que negó en una discusión en el bar de la esquina semejante hazaña: “son dibujos animados”. Demasiado importante como para creérselo.

Con esta aventura se impuso una moda “espacial” en todos los ámbitos de la vida. La televisión hacía de nuestro mundo algo más pequeño y todos seguíamos estos hábitos ya con devoción cuasi-religiosa. Era la época de las series televisivas americanas de extraterrestres, de marcianos, que se asemejaban a los enemigos terrestres (los soviéticos), en su interés por someternos y quitarnos la libertad. “Los invasores” (que me daban un miedo tremendo, por cierto) es un paradigma de este tipo de series. UFO", (ovni) era otra posterior, británica, pero que me gustaba mucho y, teniendo similar argumento de invasión alienígena, era original, pues se aventuraba en el futuro (años ochenta), con una estética atrevida y avanzando aparatos electrodomésticos, naves voladoras y bases espaciales en la Luna, donde unos marcianos querían adueñarse de la Tierra aunque no podían respirar nuestro aire (tenían escafandras que retenían un líquido verde, o eso decían, porque la televisión en blanco y negro impedía verlo de verdad). También la música y el arte se empapó de esta moda espacial y futurista, ayudado por el utopismo, el anhelo de paz y amor de los hippies, y sus deseos de un mundo mejor, que se veían procedentes del espacio exterior. Los niños mirábamos al cielo por si se aparecía algún platillo volante, y a la Luna, en cada misión espacial subsiguiente, por si se podía ver desde aquí el rastro de las naves tripuladas. Y todos soñábamos con algún día viajar por el espacio exterior en busca de nuevos hogares más modernos y lejanos.

La carrera espacial la había iniciado la Unión Soviética, al ser los primeros en enviar un satélite (Sputnik 1), un ser vivo al espacio (la perra Laika), un hombre (Yuri Gagarin) y sondas interplanetarias a Marte (Marsnik 1) y Venus (Venera 1). También fueron los primeros en mandar una mujer al espacio, Valentina Tereshkova. Estados Unidos no podía consentir que le ganaran esta competición. Y con este alunizaje dieron un golpe de efecto (otra razón para dudar, según los escépticos). Luego vendría la crisis del petróleo y el frenazo al programa de misiones de la NASA. Además en el ámbito geo-político se hablaba de “Distensión y coexistencia pacífica” y de reducción de armamentos (convencionales y nucleares), por lo que faltaba ya interés en esta competición. Es con Reagan en la presidencia de Estados Unidos cuando se tensa la situación, pero se dedican más al gasto armamentístico que al espacial, con la Iniciativa de Defensa Estratégica (llamada curiosamente “guerra de las galaxias”). El accidente del transbordador Challenger, pudo ser la puntilla a un sueño de colonización espacial, que se dirigió a otros proyectos, como la sondas a Marte, o la estación espacial tripulada. Y con la desaparición de la URSS y sus estados satélites (otra curiosa y divertida coincidencia de lenguaje sideral) el interés por competir en este campo se perdió: los estados recién liberados del yugo comunista estaban tan empobrecidos que no podían dedicar sus recursos nada más que a atender el hambre de sus habitantes.

Hoy hace cuarenta años que Neil Armstrong y Edwin Aldrin, pisaron la Luna en el módulo lunar, llamado Águila, mientras que Michael Collins permanecía en el módulo de mando Columbia, que había surcado el espacio en un cohete Saturno. El Águila (siempre me llamó la atención que este aparato se llamase así, cuando se parecía más a un cangrejo o a una araña, que a este ave) se posó en una zona denominada Mar de la Tranquilidad. Otra denominación que manejamos desde entonces como si se tratase de una calle de nuestro pueblo. Armstrong pronunció la famosa frase: "Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad", mientras pisaba suelo selenita. Hicieron sus tareas y se volvieron, siendo recibidos como héroes. Al menos esto vimos en la televisión. Ahora la NASA ha restaurado esas imágenes, pero no desde las cintas originales, que se borraron posiblemente, sino de otras. Si ya había muchas dudas, alimentadas por los negacionistas, esto ha echado más leña al fuego del escepticismo (muchas veces ridículo, por las teorías de los montajes cinematográficos, o las de ocultamiento de pruebas de vida extraterrestre, supuestamente encontradas en la superficie lunar), que ha acompañado desde el primer momento a este acontecimiento.

Vivimos un momento en que ya no creemos en esa utopía colonial espacial. Estamos más centrados en nuestros asuntos internos, terrícolas, en cosas más prosaicas. El futuro que imaginábamos es distinto al que vivimos en la actualidad, La realidad ha negado en muchos casos los avances que se pensaban (y que se reflejaban en las películas y series de televisión), incluso habiéndose sobrepasado el otro horizonte mítico de entonces, el año 2000. No hay bases en la Luna, las modas en el vestir y en las artes han dejado atrás muchos de los conceptos que se nos presentaban como futuribles, e incluso se dan retrocesos a modas anteriores, haciéndolas pasar como “modernas”. Los avances científicos ha mejorado nuestra vida, pero muchas de las enfermedades no han sido erradicadas, como se nos “prometía”, sino que han aparecido nuevas patologías que nos angustian (SIDA, gripe A...). Otras innovaciones tecnológicas sí llegaron, incluso superando lo imaginable, por ejemplo, el ordenador personal (ya era algo increíble en aquellas fechas las grandes computadoras), o el teléfono móvil. Y los marcianos, los extraterrestres, siguen sin dar señales de vida, a pesar del proyecto SETI y de lanzar aquellas sondas, las Voyager 1 y 2, con un mensaje de buena voluntad, saludos en varios idiomas y la descripción del sistema solar y nuestras culturas, al espacio más exterior. Tenemos que contentarnos con el cine y la televisión de nuevo, con series tan famosas como Expediente X.

Ya los niños españoles no quieren ser astronautas, a pesar de contar con uno famoso de nuestro país, Pedro Duque. Ahora los niños quieren ser funcionarios, y más con la crisis. No quieren ser aventureros, no gustan de los riesgos, quieren tener su vida resuelta, su casa, su trabajo, sus vacaciones, sus jubilación (algunos piensan que hoy día tener todo eso garantizado es suficiente aventura). Ya nadie quiere volver a la Luna, ya nadie sueña con la Luna, salvo los lunáticos. ¿Ya nadie mayor sueña, ni casi nadie recuerda haber sido niño, ni haber soñado con surcar el espacio?. ¿O sí ha soñado?. Sueños, recuerdos.


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