Soy un conductor tardío. Fue en 1993 cuando me compré mi primer coche, un Renault Clio, y me saqué el carnet de conducir en enero de 1994, con 32 años. Aproveché que se pusieron a la venta muchos coches, que habían tenido las empresas de alquiler para usarlos durante las Olimpiadas de Barcelona y la Expo 92, para comprarme uno barato y así obligarme de una vez a aprender a conducir. El coche era de lo mínimo que tenía ese modelo entonces: no tenía dirección asistida, ni elevalunas eléctrico, ni radio-casete (solo una radio analógica), ni, por supuesto, aire acondicionado. Luego, cuando me entrené en la lides de la conducción, y conseguí más dinero, me compré otro vehículo con más y mejores prestaciones.
El aire acondicionado es muchas veces un lujo casi inútil en los vehículos que no circulan en Andalucía u otras regiones del Sur. Simplemente no les hace falta, por tener temperaturas más suaves. En nuestra tierra, sin embargo, no es un lujo tenerlo, es una necesidad. Con el Clío hice muchos viajes pasando calor, y sudando la gota gorda con las maniobras y el esfuerzo de mover el volante sin dirección asistida. Así que sé de lo que hablo. Por eso no me sorprende que algunos que se vengan a vivir aquí desde latitudes más al Norte inmediatamente busquen un coche con aire acondicionado, o busquen soluciones para adaptar su propio vehículo... Como el de la imagen. Aunque sea de forma tan artesanal. Y un poco chapucera. ¿Funcionará? Lo que no me explico es cómo podrá soportar el ruidazo que hacen esos viejos aparatos. Claro que así no tendrá que escuchar las peleas de los niños, las quejas de la suegra, o las "observaciones" de la santa esposa en el viaje a la playa durante las vacaciones. ¡Hay gente pa´tó!
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