martes, 15 de septiembre de 2009

Minstrell In The Gallery, de Jethro Tull



The minstrel in the gallery looked down upon the smiling faces.
He met the gazes --- observed the spaces between the
old men's cackle.
He brewed a song of love and hatred --- oblique
suggestions --- and he waited.

He polarized the pumpkin-eaters --- static-humming

panel-beaters --- freshly day-glow'd factory cheaters
(salaried and collar-scrubbing).

He titillated men-of-action --- belly warming, hands
still rubbing on the parts they never mention.

He pacified the nappy-suffering, infant-bleating

one-line jokers --- T.V. documentary makers

(overfed and undertakers).

Sunday paper backgammon players --- family-scarred

and women-haters.

Then he called the band down to the stage and he
looked
at all the friends he'd made.

The minstrel in the gallery looked down on the

rabbit-run.

And threw away his looking-glass - saw his face in

everyone.

La banda británica con nombre de ingeniero agrícola, Jethro Tull, editó este disco en 1975. Entonces solo la conocía por la radio y nos la regalaron por navidades. Yo mismo la escogí en la sección de discos de unos grandes almacenes. Fue un bombazo, el rock sinfónico y progresivo entraba en nuestra discoteca particular.

Este álbum recoge temas de diferentes estilos: el medieval clásico de la banda, el folk británico, las baladas, el rock más cañero. Con temas largos de muchos minutos (por ejemplo, Baker St. Muse) y otros pequeños como el último de la cara B, Grace, de cincuenta segundos. Los ritmos lentos, intimistas, tristes en algunos casos, dan paso en muchos momentos de forma magistral a contundentes y rápidos desarrollos. Es un disco rotundo. El tema que da nombre al disco me encanta y excita.

Ian Anderson, el líder del grupo, es el verdadero juglar y al mismo tiempo el bufón de la corte que se puede permitir el lujo de criticar a quienes le contratan para que les deleite con su arte. Un juglar que me recordó a Zaratustra, pero no al histórico, a Zoroastro, sino al personaje con el que se disfrazaba F. Nietzsche para soltarnos, con lenguaje poético sublime, sus reflexiones, “a martillazos” en el libro Así habló Zaratustra. Una imagen repetida en sus discos es la del flautista bailando sobre una sola pierna, bailando como bailaba Zaratustra, para celebrar la vida, para cantar la vida, para exaltarla. Porque su tristeza se deja traslucir en su canción, pero quiere romper y rompe con ella, tras la debacle amorosa o conyugal (el juglar se acababa de separar de su mujer). Esto se aprecia en las dos partes de la obra, primero la acústica, intimista, y luego la explosión del rock, repitiendo texto y melodía en un frenesí de guitarras y flauta que se superponen al resto del instrumental de la banda, mostrando su perfil más desgarrado, pero sublime. Es para mí, una obra maestra de la música de los setenta.

2 comentarios:

Aprendiz de Mucho dijo...

Muy buen disco y muy buen gusto el tuyo.
fenomenal.

Francisco Javier Domínguez Peso dijo...

Gracias, por todo.