Historia de un cuadro fue la obra que vimos ayer en el Coliseo, en el montaje de El Zacatín. Una obra de Alfonso Zurro, otro de los grandes autores de teatro contemporáneo, cuyos trabajos tienen cabida habitualmente en la Feria palmeña, que trata, como su nombre indica, de la vida de una supuesta obra de El Greco. El año pasado celebramos el 400 aniversario de la muerte del pintor Doménikos Theotokópoulos, conocido como El Greco, y esta obra se enmarca en ese centenario. "Un gran pintor no reconocido en su tiempo, como les ha pasado a otros, y que fue redescubierto siglos después, por el valor de su pintura. Esos cuerpos estilizados, alargados, esas tinieblas, esos colores exagerados en muchos casos, esas poses enrevesadas de sus modelos, sirvieron para que fuese considerado un pintor fallido, al no plasmar la realidad tal como la vemos. Fue, no obstante su pertenencia al Renacimiento, un precursor del Barroco, adscrito al Manierismo, corriente que impugnaba la idealización clásica que se había impuesto tras los gustos de la Edad Media." Esto escribía yo en mi entrada del año pasado alusiva al cuarto centenario del famoso pintor afincado en Toledo. Y algo así nos cuentan en la obra de teatro que presenciamos. Una obra donde el trabajo de actor cobra un papel protagonista sobre otros elementos de la representación.
El desarrollo nos traslada desde el siglo pasado, en medio del ascenso al poder de los nazis en Alemania, hasta la misma génesis del cuadro, cuando lo pintara un joven Theotokópoulos en Roma, por encargo de un cardenal. Vamos, pues hacia atrás, para comprender el valor de una obra, que casi nadie entiende, y que no podemos ver nunca, pues está oculta en una tabla, tras otra hecha por un clérigo poco ducho en las artes pictóricas. Se convierte así el cuadro, la pintura de una mujer desnuda, en un misterioso tesoro que hace de catalizador de las pasiones, la avaricia, las ambiciones, la lujuria y los más ocultos pecados carnales y económicos de los hombres que desfilan por el escenario, incapaces entonces de apreciar el valor artístico de la pintura. Algo que presagia el desdén hacia su obra y el futuro descubrimiento del pintor cretense, como uno de los exponentes más innovadores de la pintura renacentista.
El trabajo interpretativo de los tres actores es espléndido. El veterano Roberto Quintana, José Manuel Seda y Manolo Caro van bordando los diversos personajes que aparecen en este ir hacia atrás de la historia. Una escenografía basada en diversas bambalinas móviles donde se muestran recortes de algunas obras del pintor, como muros de las diversas estancias donde transcurren las escenas, acompañan los diálogos, con escaso mobiliario. Las tinieblas presentes en las obras del pintor envuelven esos lienzos de vivos colores, dando un ambiente que mantiene su presencia, como un estilo continuo en el devenir de cada escena. Aunque el ritmo sea, para mi gusto, excesivamente lineal, con una duración, a mi juicio, demasiado larga (100 minutos), lo que va en perjuicio de la necesaria atención del espectador ante una historia contada en sentido contrario y muy en la linea del teatro clásico.
Tal vez esa modalidad de teatro, que se presentía, hiciese que el público no acudiese en masa a la representación. Una pena. Porque, si hubiese sido un poco más reducida su duración, sería una obra más que digna de admirar y disfrutar. Una reivindicación original de uno de nuestros mejores pintores.
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